Mediodía de un sábado radiante, casi veraniego, en la sierra norte de Sevilla. El pequeño santuario de Nuestra Señora de Setefilla, patrona de Lora del Río, con su fachada blanca y sus campanas al vuelo, anuncia que se celebra la boda de unos novios enamorados, convencidos de que su amor es para siempre y que de él nacerán los hijos, el futuro, la nueva familia.
El novio, Ernesto de Novales (Tito) es un empresario sevillano, de cuarenta y un años, que cuando, hace dos años y medio, conoció a Alejandra (Ale) supo que este día llegaría, que no tardaría en llegar. Por eso, pocos meses después de aquel primer encuentro, le pidió que fuera su mujer, la madre de sus hijos, y ella le respondió que sí. Y dejaron pasar el tiempo necesario para irse organizando, sin prisas, disfrutando también del camino, que es el noviazgo, y hay que vivirlo y disfrutarlo.
El vestido de Alejandra es un diseño de Pronovias en crepé blanco, con escote barco, espectacular corsé, espalda de encaje, sobrefalda de tres metros y abotonaduras en las mangas
Así que antes de que apareciera en el horizonte de todos los sueños felices la sombra del coronavirus, ya se habían comprometido Tito y Ale y se lo habían contado a los suyos, con ilusión, con ganas de empezar a preparar el gran día.
Al principio, lo único seguro era que la boda se celebraría en la ‘Dehesa Majavieja’, propiedad, desde hace décadas, del padre de la novia, el diestro Juan Antonio Ruiz, ‘Espartaco’, que, desde que se retiró de los ruedos, la vive y la trabaja porque en ella tiene una ganadería de toros bravos, que son su pasión. En la finca lo acompaña su hija Ale, que ha salido niña de campo, de esas que recogen lavanda y se despiertan de madrugada con el ladrido de sus perros y el bramido de los toros y que desde siempre ha sabido que su lugar preferido en el mundo es la ‘Dehesa Majavieja’, y ahora, después de estudiar Empresariales y terminar Marketing, en ESIC, gestiona la empresa de turismo que organiza visitas a la finca.
El velo de la novia pertenecía a su tatarabuela materna, los pendientes son los que su abuela Felicidad Salazar-Simpson le regaló a su hija Patricia cuando se casó con Espartaco y, sobre el velo, Alejandra lucía un broche de diamantes de Suárez
Iba a ser, en ‘Dehesa Majavieja’, una boda grande, de las de antes, con cientos de amigos de los hijos, de los padres, pero vino el coronavirus y los planes cambiaron. No los importantes; esos no. Pero sí los de organizar banquetes y mesas, y hoteles, y tarjetones… Aquello hubo que reducirlo al máximo: sesenta personas, ni más ni menos. Entre padres, hermanos, familiares muy muy cercanos y un par de amigos, que son los testigos necesarios que pide la Iglesia. Que ya habrá tiempo —si Dios quiere— para celebrar fiestas grandes con todos los que hubieran querido que estuvieran y no ha podido ser.
Y una vez asumido lo inevitable, lo que el hombre propone y Dios dispone, ocurre que una boda pequeña, íntima, familiar, resulta ser también una buena idea. Porque las cosas pequeñas se viven a lo grande y las emociones se desbordan y la sonrisa no se borra, desde la mañana hasta la noche.
Un coro de voces blancas, gaitas, guitarras y violines
A las dos de la tarde, el sol en lo alto, el sacerdote Jaime Conde, párroco de la iglesia de La Oliva, de Sevilla, y primo del novio, recibe a Tito a la puerta de la ermita. El novio llega del brazo de su madre, Nieves González Conde, elegantísima madrina con mantilla.
Ya esperan dentro los sesenta invitados, entre los que están Pepín Liria, que es familia; Javier Salvador, testigo del novio, y María Fernández de Córdoba, testigo de la novia; los abuelos Antonio Ruiz Rodríguez y Dolores Román Salado, y los hermanos, primos y sobrinos de los novios.
El almuerzo se sirvió en una carpa en el exterior, en diez mesas de seis comensales, cada una con el nombre de una flor silvestre
La madre de la novia, Patricia Rato, llega con sus dos hijos menores: Isabella, estilosa y moderna, con un vestido rojo de Jorge Vázquez, y Juan , el único varón del trío, de diecinueve años, que la lleva del brazo. Patricia lleva en el pelo un tocado de Tolentino y un vestido color lila de Tot-Hom, elegantísimo, diseñado por su amiga Marta Rota. También, unos preciosos pendientes de diamantes, de Yanes, y un anillo de rubíes, de la joyería Pilar Román.
Poco después, llega la novia en el Land Rover de la finca , hoy adornado con pacas de alfalfa y flores de buganvilla en el techo. Su padre la ayuda a descender del coche y a Tito se le pone en la cara esa sonrisa de los novios bajo el altar, que todo se les desdibuja menos el blanco del vestido y la mirada de su novia al cruzar la puerta.
A la salida del santuario de Nuestra Señora de Setefilla, un grupo de gaitas asturianas, acompañado por guitarras y violines, interpretó la música de la película El último mohicano, el nombre con el que, cariñosamente, sus hijos se refieren a Espartaco
Alejandra es una novia clásica y romántica, vestida con un diseño de Alessandra Rinaudo, directora artística de Pronovias, en crepé blanco, con escote barco (escote ‘Meghan’ lo llaman ahora), espectacular corsé y abotonaduras en las mangas; velo antiguo de encaje, que perteneció a su tatarabuela materna; los pendientes de pedrería que su abuela materna, Felicidad Salazar-Simpson, le regaló a su hija Patricia cuando se casó con Espartaco; el pelo recogido en un sencillo moño y broche desmontable, que puede convertirse en unos preciosos pendientes, con caída y motivos botánicos, diseñado por Suárez, y recuerdo de este día, su segunda joya —la primera es la alianza, claro— de señora de Novales.
Suena un coro de voces blancas, el Coro de los Palacios, que entona el canto de entrada. El padre entrega a la novia en el altar y el primo cura habla de los novios, porque los conoce bien, y de su amor de verdad. Los sobrinos y primos pequeños de Tito y de Ale leen las peticiones, luego se intercambian los novios sus votos.
Durante la consagración, mientras suena el himno de España, interpretado por las gaitas del grupo Fai do Sol, que ha venido desde Asturias, a los novios los vela la mantilla de la abuela de Ale, con la que se casaron las tías de la novia. Es tanta la emoción que Juan, el hermano chico, sube al atril y espera en silencio hasta que se serenan los ánimos para leer la carta que le ha dedicado a Ale. En ella cuenta que su hermana es y ha sido siempre, junto con su otra hermana, Isabella, un referente para él.
Con toda la iglesia muda de emoción, suenan las gaitas desde el exterior del templo, acompañadas por violines y guitarras, llamando a los recién casados. Muchos reconocen la música, es la banda sonora de la película El último mohicano, la canción que a todos hace pensar en Juan Antonio, porque así le dicen sus niños cariñosamente: ‘el último mohicano’.
Hacia las tres de la tarde repican campanas y el sol deslumbra, salen los novios bajo una lluvia de pétalos de rosas blancas. Tito se pone al volante del Land Rover y Ale se sienta a su lado, la sonrisa ancha de siempre, más ancha que nunca, y detrás el cortejo, que son los sesenta testigos de este precioso día.
Celebración en la ‘Dehesa Majavieja’
A media hora de la ermita, en la localidad de Constantina, en la sierra norte de Sevilla, está la finca ‘Majavieja’ ya preparada para recibir a los invitados, decorada con flores, campestre y rústica, donde han levantado una carpa exterior , con mesas de seis comensales, para celebrar un banquete a base de platos andaluces y asturianos.
Patricia Rato llevaba un vestido escotado en tono lila, de Tot-Hom; pendientes de diamantes, de Yanes, y un tocado, de Tolentino
A la entrada de la carpa hay dos árboles de los que cuelgan tarjetones y fotografías: son los sitting de las mesas, con los nombres de los comensales y las imágenes de los seres queridos que no pueden estar físicamente, pero sí en el corazón y en el recuerdo de Tito y Ale. Están sus abuelos, sus bisabuelos y quienes los acompañaban desde el cielo.
En el aperitivo, que se celebró en la plaza, dentro del ruedo, estuvo tocando un grupo brasileño, y en la comida sonaron cincuenta bandas sonoras de las películas preferidas de los novios, interpretadas por un cuarteto de música.
La inspiración para la decoración de las mesas es la lavanda y el olivo. Las señoras encuentran sobre su plato un ramillete de lavanda, la servilleta doblada en tres partes y un tarjetón personalizado con su nombre y el menú. Ellas reciben como recuerdo de este día una vela de jazmín y nardo, de las fabricadas por Camila Salazar-Simpson en Studio Erhart.
Juan Ruiz de Rato animó a su padre, Espartaco, a cantar con él la ranchera Sigo siendo el rey, coreados por el resto de los invitados
Los señores, en cambio, tienen sobre su plato un tallo de olivo y un llavero con las siglas de la ganadería, hecho por NODO Comunicación. Cada mesa tiene el nombre de una de las flores silvestres que crecen en la ‘Dehesa Majavieja’.
Se sirve un almuerzo en el que no faltan los quesos asturianos y los de cabra de Espartinas, los sabores andaluces, los buenos vinos y, de postre, la torrija sevillana, para no olvidar la Semana Santa andaluza, que tanto se vive en esta familia (Juan, hijo, es hermano de la Quinta Angustia, de Sevilla).
Llega entonces la sorpresa para Isabella : su hermana, Ale, se acerca bailando la música de la película Frozen para entregarle el ramo de novia. E Isa se emociona porque esa es la misma lavanda que recogían de niñas y esa la canción que les divierte tanto a los hermanos, que siempre comentan que Elsa, Anna y Olaf son igualitos, igualitos, a ellos tres, tan unidos, tan queridos, siempre deseando ayudarse y protegerse, como un racimo inseparable. Al fondo de la carpa, si uno es goloso, descubre una mesa de ‘chuches’ decorada como si se tratara del reino de hielo.
El segundo look de la novia
Mientras la novia sube a cambiarse para el baile, Diego Benjumea anima a todos con sus canciones, su guitarra flamenca y sus chistes. Juan Ruiz de Rato canta muy bien y convence a su padre para que también él se rompa la voz con las rancheras. Los invitados hacen los coros de Sigo siendo el rey.
Alejandra le entregó el ramo de lavanda a su hermana, Isabella, y bailó uno de sus primeros bailes con su hermano, Juan
Ale regresa transformada. Lleva el mismo vestido, pero con una versión diferente : se ha soltado el pelo, se ha cambiado los zapatos por alpargatas de esparto y se ha quitado el velo antiguo, de casi dos metros de largo y demasiado pesado para el baile; la sobrecola extraíble, de tres metros, de crepé y organza, y la voluminosa enagua. Es la misma novia, pero ahora más ligera, lista para la fiesta, con una espectacular espalda de encaje y un cinturón, también de encaje, con pedrería, bordado a mano.
Suena You belong to me, de Bryan Adams, la banda sonora de todos los bailes de Patricia y su hijo, Juanito, la que bailaron juntos en la fiesta de su cumpleaños. La novia baila primero con su padre, y después, con su ya marido, la canción Estoy enamorada, de Thalía.
Iba a haber un tentadero, pero sopló el aire, cayeron unas gotitas y se canceló el festejo, pero no la fiesta, que estuvo muy animada por el DJ Xite & Co. hasta las once en punto, ni un minuto más, para no desobedecer el toque de queda.
Patricia Rato y Juan Antonio Ruiz mantienen desde siempre una magnífica relación y han participado, muy ilusionados, en los preparativos y la celebración de la boda de su hija
Qué cosas tiene la providencia: veinticuatro horas más tarde, terminaba el estado de alarma y la hora límite. Estaba de Dios que esta boda fuera así, chiquitita, familiar y muy sentida. También el tiempo era cosa del destino que el sábado soplara una brisa fresca y el sol se metía de vez en cuando detrás de las nubes, y veinticuatro horas después, caía una lluvia de gotas gruesas, de esas que hacen peligrar las carpas de boda y los centros de mesa.
La fiesta duró hasta las once en punto de la noche, para cumplir las restricciones, y al día siguiente, la familia volvió a reunirse para comer una paella, disfrutar de un flamenquito y participar en una capea, que, al final, no se celebró por culpa de la lluvia
Una paella campestre y una tormenta
El domingo, en el campo, cerca de la plaza de toros, se ha preparado una paella para la familia y, a media tarde, estalla una tormenta, que es como la mascletá que envían las nubes o los fuegos artificiales de esta fiesta. Huele a lavanda y romero, a tierra mojada. Agradece el campo la lluvia de mayo. Aunque Espartaco y Patricia se separaron hace once años, después de veintidós años de matrimonio, nunca han dejado de quererse, de apoyarse mutuamente como padres de sus hijos y fundadores de una familia preciosa, que, si Dios quiere, con el tiempo, se llenará de nietos esta dehesa, que tiene vocación de familia numerosa.
La novia transformó su look para el baile, sin cambiarse de vestido, quitándose el velo y la sobrefalda, soltándose el pelo y dejando la espectacular espalda de encaje a la vista
Quién sabe si el próximo año, libres ya de epidemias y virus, pueda celebrarse otra gran fiesta, tal vez, la del primer aniversario. ¡Qué cosas tan buenas quedan por vivir en ‘Majavieja’!