El próximo mes de mayo se cumplen cinco años desde que Manuel Díaz fue reconocido como hijo de Manuel Benítez. El Juzgado de Primera Instancia Número 4 de la Audiencia Provincial de Córdoba ratificó, el 3 de mayo de 2016, en una sentencia que Benítez y Díaz son padre e hijo. El 4 de mayo, Benítez cumplirá ochenta y cinco años. En estos cinco años ha habido intentos de acercamiento, pero nunca un encuentro directo. Manuel nos detalla cómo ha sido y mantiene la esperanza de que aún puedan verse cara a cara y a solas.
—El tres de mayo se cumplen cinco años desde que una sentencia judicial cambió tu vida, ¿podemos decir que, hace cinco años, nació otro hombre cuando un juez te reconoció como hijo de Manuel Benítez?
—En mí cambió muy poco, más que nada fue cerrar un círculo y un capítulo. Creo que tenía todo el derecho del mundo a saber, si no por su propia boca, que me habría bastado, sí por la ciencia y la tecnología, si una persona tiene tu mismo ADN. Tenía que hacerlo por descanso de mi madre. Ese día me abracé a ella y le dije: “Ya lo hemos conseguido, estate tranquila. Tu verdad no solamente la sé yo, ya la sabe todo el mundo”.
“No ha habido acercamiento, no ha sido posible”
—Pero, en estos cinco años, no os habéis visto tu padre y tú.
—No ha habido un acercamiento, no ha sido posible. No ha habido ni una llamada de teléfono. Hubo un pequeño intento de acercarnos a través de una persona que hizo de intermediaria. Yo lo único que reclamaba era tomarme un café con él antes de presentarle a mi familia y de dar el paso a ir a donde él está, a torear unas vacas o a comer un arroz juntos, a lo que fuera. Yo solo quería tener cinco minutos a solas con él y nunca me los concedieron. La propuesta era que yo fuera allí con mi familia, como si nunca hubiera pasado nada, y borrón y cuenta nueva… Creo que me merecía esos cinco minutos de charla a solas que reclamaba, solos él y yo, sin nadie, tomándonos un café, vernos a tres metros y decirle lo que en ese momento sintiera. No sé qué me hubiera salido, pero me merecía esos minutos. Las formas que me proponían no eran las que yo pensaba que debían ser, eso se enfrió y, bueno, no pasa nada.
—Cinco años después, ¿ya has tirado la toalla?
—Yo no estoy en negatividad de hacerlo. Yo estaría dispuesto a ir para allá, presentarme en su casa si él quisiera, solo, y sentarme con él cinco minutos. Para mí es muy importante eso.
—El cuatro de mayo cumple ochenta y cinco años, podría ser una bonita fecha.
—Tampoco quiero incordiar, a quien no te quiere no le puedes obligar a que te quiera. Si una persona tuviese inquietud, yo estoy dispuesto. No es que haya tirado la toalla, es que tengo tantas cosas que hacer en mi vida y soy tan importante para unas personas que sí me necesitan fresco e ilusionado, que no puedo perder energía en eso, no sería positivo, pero yo estaría dispuesto a ir, a sentarme con él, y creo que tengo derecho a poder hacerle dos o tres preguntas y, después de esa charla, poder decidir si sería interesante que mis niños estuvieran con él o no, porque son cosas que no son fáciles.
—¿Te sientes entonces satisfecho?
—Yo ya he conseguido que mi verdad sea la verdad de todo el mundo, ahora es una realidad, ya lo ha dicho un juez. Para mí ha sido un descanso porque me jugué mucho y dije: «A lo que sea». No es que yo dudara de mi madre, pero unas pruebas como estas me daban miedo, le decía a mi mujer que a ver si me iban a cambiar el palo con el que me cogían la saliva. Es verdad que todo tiene un protocolo estricto, pero cuando desconoces las cosas tienes miedo. Fue igual que cuando nació mi hija Alba, yo no soltaba ni loco el carro de mi niña, tenía miedo a que dieran un cambio…
—¿Tu hija Alba tampoco conoce a su abuelo paterno?
—Hubo muchas ocasiones en la que estuvimos muy cerca los dos, de hecho, un día intercambiamos regalos, yo le mandé un capote y él me mandó una muleta firmada por él, que tengo guardada. En otros momentos parecía más receptivo, luego se enfrió, yo me doy cuenta ahora de que hemos delegado mucho en gente que hemos tenido alrededor.
—Con Julio Benítez, tu hermano menor, mantienes buena relación.
—Con mi hermano Julio tampoco hablo mucho del tema, los dos siempre decimos: “Ya sabemos cómo es…”. Y no digo que yo no pudiera llegar a quererlo como es, lo entendería perfectamente porque es un hombre al que no vas a cambiar. Con Julio me llevo muy bien, estamos juntos en Navidad, nos vemos en la playa, salimos a comer con Virginia y los niños, que lo llaman ‘tito Julio’, y Alba con él se lleva muy bien. Hemos normalizado una situación que es real.
—ADI Energía es tu debut como empresario en el mundo de la energía.
—Es una empresa que he creado con dos amigos, somos tres socios. Uno de ellos ya llevaba ocho años trabajando en el tema de las energías. Nos dedicamos a comercializar placas solares, compramos energía y la vendemos.
—Y el diecisiete de abril, tu reaparición en los ruedos, en Sanlúcar de Barrameda.
—Vuelvo con el mismo hambre que tenía, pero con la nevera un poquito más llena. Gracias al toro he conseguido ser quien soy, necesitaba volver. Me han apoyado mi mujer, mi familia, mis hijos diciendo que puedo; también lo pasan mal por el peligro de estar ante un toro, pero ven mi ilusión y están confiados en que todo va a salir bien. Estos años ha sido una lucha muy fuerte, pero ellos me dan el empuje y también mi gratitud.
—¿En algún momento temiste que no pudieras no solo torear, sino hacer vida normal, que te afectara a la movilidad?
—No, la ciencia y la medicina están muy avanzadas. Hace cuarenta años me hubiera quedado listo, pero hoy en día no… Yo me iba quejando de dolores en las piernas, he estado muchos años limitado de movimiento y, cuando he querido dar a mis músculos la libertad de movimiento que he conseguido con la operación, no estaban acostumbrados a ese nivel. Sentía molestias, pero no quería quejarme… Me encerraba en la habitación que tengo en casa, donde guardo los trajes de torear, y me ponía a mirar el que me voy a poner el diecisiete de abril en Sanlúcar, que es nazareno y oro. Yo me decía: “Me lo tengo que poner, me lo tengo que poner…”. Ha sido una prueba más en mi vida, otra forma de levantarme.