“Hablar de antepasados está un poco demodé, pero yo soy consciente de que estoy demodé ”, dice Pilar González de Gregorio y Álvarez de Toledo, con su característico sentido del humor. Hablar con ella sobre sus antepasados no solo no está pasado de moda, sino que es imprescindible. Y más cuando la entrevista se desarrolla en el Teatro Español, fundado por un ancestro suyo, el mismísimo Felipe II. “Los Medina Sidonia descendemos directamente de Felipe II a través de Catalina Micaela de Austria”, explica la hija de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia.
“Mi madre fue un mito. Arriesgó su posición privilegiada por sus ideas y se atrevió a vivir de otra manera, a ser libre. Cocteau la llamaba ‘la pequeña espada toledana’, y creo que la define muy bien”, opina Pilar sobre la legendaria ‘duquesa roja’, apodo que se ganó su madre, en los años 60, tras ir a la cárcel por su activismo antifranquista. “De pequeña la veía como una heroína. Pero, cuando eres una niña, no necesitas que tu madre sea Juana de Arco, necesitas que te lleve al dentista”, reconoce. Sabe mucho de historia y arte, y con ella se puede hablar de todo: desde Rocío Carrasco —“estuve en su primera boda”— hasta Belén Esteban —“me parece divertida y sincera”—, pasando por ¡Nápoles millonaria!, la obra de Eduardo de Filippo, que ha estado en cartel estas semanas en el Español. Sin embargo, en esta ocasión, hablaremos de moda, porque la aristócrata acaba de dejar la presidencia de la casa de subastas Christie’s y se estrena como embajadora e imagen del diseñador holandés Jan Taminiau, el preferido de Máxima de los Países Bajos.
“Los títulos nobiliarios ya no son tan importantes. Ya no significan ningún poder”
“He hecho muchas cosas en mi vida: participé en las actividades de los Amigos del Museo Romántico de Madrid, trabajé en una galería en París, di clases de buenas maneras en una escuela de protocolo, escribía una columna que se llamaba ‘El rincón de la mujer inútil’, publiqué una novela...”, enumera. Pero reconoce que nunca había sido embajadora de una casa de moda. Para celebrar su debut, posa por primera vez con su hijo pequeño, Tomás Terry, y con Jan Taminiau.
—¿Qué se siente al ser embajadora e imagen de Jan?
—Cuando Jan me lo ofreció, yo le pregunté enseguida si no prefería una cara más joven. Y me respondió que no. Él está de acuerdo con mi imagen y sabe que su clientela madura se puede sentir identificada conmigo.
—¿Le costó convencerte?
—No, porque su socio es Juan Várez, que fue mi jefe en Christie’s y es un gran amigo. Juan sabe cómo llevarme a su terreno.
“Cuando Jan Taminiau me ofreció ser su embajadora, le pregunté si no prefería una cara más joven. Me respondió que no”
—¿En qué consiste el trabajo de musa?
—Musa es mucho decir, porque Jan tiene su estilo, su mundo propio. Él no se inspira en mí. Yo quiero que se proyecte al máximo en una etapa complicada para el mundo de la moda, ahora que no hay grandes eventos. Por eso, él se está volcando mucho en su línea wardrobe, en la ropa para el día a día, que es más asequible. Todo lo que hace es muy bueno.
—¿Quién te enseñó a vestir?
—Siempre me encantó vestirme. Tuve una abuela paterna, Leticia Martí, que era guapísima, a la que le encantaba la ropa, los chales y el mundo de las modistas. Y una bisabuela muy excéntrica, la duquesa de Maura y condesa de la Mortera, que llegó al siglo XX llevando corsés y baúles llenos de trajes de alta costura de los años treinta. Mi tía Conchita González de Gregorio era el rigor impecable.
“Por suerte, mi hijo Tomás se fue a vivir por su cuenta antes de la pandemia. Si me llega a tocar el confinamiento en pareja o con adolescentes, lo hubiera llevado mucho peor”
—¿Cómo definirías tu estilo?
—Soy muy sobria. Con Jan me permito otras fantasías (risas).
—Siempre figuras en las listas de las más elegantes, ¿qué es la elegancia para ti?
—Equilibrio, naturalidad y discreción. El exceso de soberbia no es elegante. Mejor ser discretos. Esas mujeres que son apabullantes hacen grandes entradas, pero es mejor que se vayan pronto porque ocupan demasiado sitio.
—No hay fiestas, no hay cenas... ¿Te has aburrido este último año?
—No me he aburrido nada. A veces me ha supuesto una liberación del estrés. Si yo ya estaba reconciliada con mi soledad, ahora, en pandemia, me he reconciliado muchísimo más todavía. Pienso en los ambientes de tensión de las parejas, sin poder salir... Eso debía ser una olla exprés. Por suerte, mi hijo pequeño, Tomás, se fue a vivir por su cuenta antes de la pandemia. Si me llega a tocar el confinamiento en pareja o con adolescentes, lo hubiera llevado mucho peor (risas).
“Mi exmarido preferido es Tomás Terry, el padre de Tomás. Tiene mucho sentido del humor”
—Te casaste tres veces, ¿quién es tu exmarido preferido?
—Mi ex preferido es Tomás Terry, el padre de mi hijo Tomás. Es muy simpático y tiene mucho sentido del humor. Me llevo con unos mejor que con otros, pero no hay una enemistad activa con ninguno (risas).
—¿Te gustaría enamorarte?
—¿Pasión nueva? Para nada. Ya tengo bastante con mi casa de Soria. Enamorarse y tener un palacio perjudican seria mente la salud.
—Tu hijo mayor, Pepe, está viviendo en Esta dos Unidos, ¿has podido verlo en estos meses?
—Llevo mucho tiempo sin verlo y es una situación complicada que te crea ansiedad y lejanía. Los dos chicos han pasado la COVID. El mundo no tenía fronteras y ahora, de repente, convivimos con las distancias... Hablo mucho por teléfono con él, pero no es lo mismo.
—¿Heredar un palacio es una bendición o un castigo?
—Es bonito, porque te atrapa. Pero como te decía, tener un palacio no es muy recomendable para la libertad.
“¿Pasión nueva? Ya tengo bastante con mi casa de Soria. Enamorarse y tener un palacio perjudican seriamente la salud”
—¿Qué significa la aristocracia en el siglo XXI?
—Es una referencia histórica y estética, nada más.
—Entonces, ¿los títulos nobiliarios ya no importan?
—Yo creo que los títulos ya no son tan importantes. Ya no significan ningún poder. Antes, los triunfadores querían parecerse a los aristócratas. Ahora, la gente quiere parecerse a un futbolista o a una actriz.