Agatha Mary Clarissa Miller (1890-1976), más conocida como Agatha Christie , fue una niña de imaginación desbordante, que leía y leía en su extensa biblioteca familiar, hasta que descubrió a Arthur Conan Doyle y a su Sherlock Holmes. Gracias a estas lecturas, aquella niña hizo de los misterios y las tramas enrevesadas su vocación. Con los años, se convirtió en la escritora más leída en lengua inglesa (con la excepción de William Shakespeare). Desde su irrupción en el mundo literario, ha vendido más de dos mil millones de copias de sesenta y seis novelas de misterio, seis nouvelles románticas, catorce relatos breves y varias obras de teatro (La ratonera permaneció de manera ininterrumpida en los escenarios londinenses, desde 1952 hasta marzo de 2020, cuando el COVID se ensañó con las puestas en escena).
A pesar de su temprano éxito fulgurante, Agatha Christie se caracterizó por mantener una vida muy discreta. Se casó dos veces. La primera, con el coronel Archibald Christie, el villano de esta historia; después, con el arqueólogo Max Mallowan, quien la introdujo en los apasionantes misterios de Oriente, esos que tantas veces llevó a sus más famosas novelas (como La muerte en el Nilo o Asesinato en el Orient Express).
Agatha Christie fue madre una única vez, con su primer esposo, y se dedicó en cuerpo y alma a su hija Rosalind. De hecho, en la cumbre de la fama se definía a sí misma como “ama de casa que en sus ratos libres escribe”. Esta aparente calma y normalidad tiene, sin embargo, un agujero negro, un misterio insondable que comenzó la noche del 3 de diciembre de 1926 y que se prolongó, como les contaremos en las siguientes líneas, por once largos días.
Para resolver el enigma de su sorprendente desaparición, no se contó con la materia gris de Hercules Poirot, su insufrible, y no obstante querido, personaje de bigote marcial y carácter hiperbólicamente egocéntrico. Desde la primera novela que publicó Agatha Christie, El misterioso caso de Styles (1920), hasta la penúltima, Telón (1975), nuestra autora se valió de la agudeza de este detective belga, afincado en el Reino Unido, que veía la luz allá donde otros solo percibían un embrollo. Poirot no contaba con las simpatías de su creadora; sin embargo, esta lo mantuvo con vida durante treinta y tres novelas, porque era consciente del ejército de seguidores que había cosechado tan excéntrico investigador. Como dato curioso: Hercules Poirot ha sido el único personaje de ficción por el que The New York Times publicó, el 6 de agosto de 1975, un obituario y una esquela.
Los hechos
Dejemos a Hercules Poirot en el Olimpo de los personajes extraordinarios, y recordemos, como si fuera hoy, el capítulo más rocambolesco de la vida de esta autora.
El 3 de diciembre de 1926, Agatha Christie tiene treinta y seis años, una hija, y un largo matrimonio con el coronel Archibald Christie (se habían casado en 1914). La escritora, una de las más famosas del Reino Unido, está devastada por la reciente muerte de su madre, y profundamente herida por los escarceos románticos de su esposo con “la otra”. Ese fatídico día de diciembre, él solicita el divorcio a su mujer. Tras una ríspida pelea (durante la que Archibald confiesa que pasará un romántico fin de semana en Surrey con su amada, Nancy Neele), Agatha Christie acuesta su hija y la arropa delicadamente. Horas después, cuando todavía flota en el ambiente el aroma a pelea doméstica, sale de su casa con destino desconocido. Los investigadores no tardan demasiado tiempo en localizar, abandonado en un bosque, el Morris Cowley gris de la escritora. El auto se ha estrellado cerca de un lago. En el interior del vehículo, no hay ni rastro de la escritora. Solo aparecen su permiso de conducir caducado, una maleta con varias mudas de ropa y unas huellas que llevan a ninguna parte.
Los periódicos de la época ven en este misterio un filón para hacer más atractivas sus ediciones matutinas y verpertinas. Pronto, la desaparición de la autora copa las primeras planas. El Ministro del Interior Británico, William Joynson-Hicks, lector apasionado de las novelas detectivescas, toma cartas en el asunto. Exige el máximo rigor en la investigación y no limita los recursos para que, finalmente, aparezca la heroína de los misterios inexpugnables y su desaparición no suponga el abrupto final de Hercules Poirot o Miss Marple, sus atípicos y venerados detectives de la ficción.
Cientos de policías comienzan a rastrear el bosque de Surrey, apoyados por 15,000 voluntarios. Las fuerzas de seguridad hacen su parte en estas batidas que no se interrumpen ni de noche ni de día. Los medios de comunicación ofrecen generosas recompensas, de hasta cien libras, para quien aporte algún dato, por nimio que parezca, sobre el paradero de Agatha Christie. Por su parte, el gran Arthur Conan Doyle busca ayuda en un médium, Horace Leaf, para encontrar a su colega. El “padre” de Sherlock Holmes le entrega al espiritista un guante de la escritora y este, tras tocarlo y sentirlo, pronuncia su veredicto: “Hay un problema relacionado con esta prenda. La persona a la que pertenece esta mitad consciente y mitad dormida. Al contrario de lo que muchos piensan, no está muerta. Oiréis noticias suyas, el próximo miércoles”.
Su aparición y las hipótesis más rocambolescas
El señor Leaf no se equivocó. Arthur Conan Doyle cree probar así que sus coqueteos con el espiritismo no son tan descabellados, como creen algunos. Agatha Christie aparece, once días después de su desaparición, en un balneario, Harrogate, al norte de Yorkshire. Se había registrado en dicho establecimiento de lujo como miss Neele (nótese que el apellido corresponde al de la amante de su esposo). Parecía desorientada. O se lo hacía. Frente a estos hechos fehacientes, surgen al menos tres teorías que tratan de explicar el porqué de esa desaparición y aparición tan fuera de lugar:
- Los más desconfiados apuestan que todo se trató de una poderosa y original estrategia publicitaria para que las ventas de sus libros subieran como la espuma.
- Los más retorcidos creen que esta desaparición la orquestó la propia Agatha Christie como una venganza implacable a su esposo. El coche apareció en las inmediaciones de Surrey (donde el coronel y su amante tenían una cita). Los investigadores de inmediato señalaron a Archibald Christie como posible sospechoso de un hecho delictivo contra su esposa legítima. Entre interrogatorios, y sintiendo en su carne la presión mediática, el coronel vio cómo se arruinaba su escapada romántica.
- La tercera hipótesis, la más defendida en los últimos tiempos por los amantes de la lógica, tiene trasfondo psiquiátrico. Según algunos especialistas, la escritora sufrió ese 3 de diciembre de 1926 un trance psicogénico, también llamado estado de fuga disociativa. Debido a una situación de trauma o estrés, se convirtió en la protagonista y espectadora de su propia huida. Escapó del dolor generado por la muerte de su madre y del pavor ante el abandono de su esposo.
Sin embargo, ¿qué diría Hercules Poirot de todo esto? Ayuda analizar los hechos a la luz de la sospecha. Haberse registrado en el balneario con el apellido de la amante de su esposo… ¿No podría esto suponer la autoinculpación de la reina del misterio, Agatha Christie? ¿Y si detrás de la escritora de imaginación desbordante se esconde la mujer despechada capaz de afilar las uñas de su venganza en una trama ejemplar? En su reveladora autobiografía, la escritora no se refirió a este breve capítulo de su vida. Decidió que este misterio se quedara humeando al gusto de cada lector.