Flores, regalos, una mesa bonita, la chimenea encendida, el teléfono sin parar de sonar, los hijos que llaman desde el otro lado del mundo, los nietos que hablan con su abuela en el idioma de la media lengua a través de la pantalla del móvil, los amigos que, en otras ocasiones, han celebrado en esta casa de Puerta de Hierro, con Isabel Preysler, al borde de su fantástica piscina acristalada, y este año tienen que conformarse con felicitar de lejos, pero también de veras, a la cumpleañera más envidiable del mundo.
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“El secreto de mi felicidad junto a Mario Vargas Llosa es que no haya ningún compromiso. Estamos juntos única y exclusivamente porque nos queremos y somos felices”
Pasan los años y parece que por ella pasan de largo. Isabel sigue siendo la número uno de la elegancia, del carisma; tiene el secreto de la eterna juventud. Ya dijo Tamara hace algunos años: “A este paso, mi madre acabará siendo más joven que yo”.
Esta casa, en la que vive desde 1992, es el centro de reunión de una gran familia repartida por el mundo, pero que siempre tiene aquí sus raíces y su hogar. En este momento de restricciones, zonas confinadas y toques de queda, solo podrán sentarse alrededor de la mesa Isabel y Mario, Tamara y la abuela Beatriz, a la que llaman “Beba”, la madre de Isabel. Pero todos los demás estarán presentes de corazón, seguro, y soñarán con celebrar juntos, pronto, cuando termine esta época de “amor en tiempo de virus”, esta cifra tan bonita, tan redonda de los setenta años.
Es, tal vez, momento de echar la vista atrás y hacer balance de una vida muy intensa en experiencias, sentimientos, aprendizajes y sorpresas. De eso vamos a hablar con ella, del pasado y del presente, y vamos a pedirle que nos descubra algunos de sus secretos mejor guardados.
Le preguntamos por sus hijos y nos habla de todos ellos, de sus logros, de sus familias que conocemos tan bien... Este año, su nieto mayor, Alejandro, hijo de Chábeli y Christian, ha cumplido ya dieciocho años, y la familia ha aumentado con el nacimiento del más pequeño, Mateo. El chiquitín, que nació el 21 de diciembre, en Madrid, y pasó sus primeros días de vida en esta casa, ya ha regresado a Doha con sus padres, Fernando Verdasco y Ana Boyer, y su hermanito, Miguel. Mary, la tercera de los hijos de Enrique Iglesias y Ana Kournikova acaba de cumplir un año y los mellizos ya tienen tres. Tamara está feliz: se ha enamorado y ha comenzado sus estudios en Le Cordon Bleu. Y Julio José, qué lástima, acaba de confirmar que se separó este verano de su mujer, Charisse. “Una pena —nos dice Isabel—, pero ya sabes… las parejas se desgastan”.
“¿Una locura de la que no me arrepiento? Haberme enamorado de Miguel”
Le preguntamos también por Mario, con quien celebró hace unos días su sexto San Valentín. No hay boda a la vista. Ya no insistimos. Isabel nos asegura que el secreto de su felicidad junto a Mario es, precisamente, “el que no haya ningún compromiso. Estamos juntos única y exclusivamente porque nos queremos y somos felices”.
—Hagamos memoria, Isabel. Volvamos a la España de los años setenta, cuando llegaste a Madrid, procedente de Filipinas y cuéntanos qué fue lo que, con solo veinte años, enamoró a Julio Iglesias.
—Creo que eso se lo deberíais preguntar a Julio en vez de a mí… En aquella época, éramos muy jóvenes, felices, audaces… Todo nos parecía bonito y sin complicaciones ni consecuencias y resultaba muy fácil enamorarte. Julio, ya entonces, tenía muy claro que “el que más amaba era el más feliz…”.
—¿Y ahora? ¿Cuál es tu mejor arma de seducción a los setenta?
—Como te puedes imaginar, a los setenta ya no me queda ningún arma de seducción…
—A lo largo de los años, ¿cómo ha cambiado tu manera de entender la vida: el amor, la felicidad, las ilusiones?
—Yo he evolucionado, como todo el mundo, mientras he ido viviendo. Llegué a España procedente de Filipinas, de una familia muy religiosa y tradicional que me mandaba a las fiestas con chaperona y, al llegar aquí, todo cambió. Podía salir y entrar y no pasaba nada. Me encontré con la “libertad”. Evoluciona la vida, evolucionas tú y evolucionan tus sentimientos y tus sensaciones.
“La sorpresa más bonita que me tenía guardada la vida son mis nietos. No te puedes imaginar el gran amor que se siente por los nietos hasta que los tienes”
—¿Cuál es el consejo que nunca creíste que le darías a tus hijos y al final les diste?
—¡Los mismos que me daba mi madre a mí!
—La sorpresa más bonita que te tenía guardada la vida.
—Mis nietos. No te puedes imaginar el gran amor que se siente por los nietos hasta que los tienes. Estoy feliz con todos ellos. Los siete son fantásticos. Reconozco que haber podido pasar tanto tiempo este año con mis nietos Miguel y Mateo ha sido un auténtico regalo. Un niño de la edad de ellos te llena la casa de alegría. En todas las casas debería haber un niño pequeño. Con el confinamiento, primero, y después con la Navidad, hemos convivido mucho. Mateo nació el veintiuno de diciembre. Es una preciosidad de niño y muy bueno. Miguel es también muy bueno de sentimientos, pero ha llegado antes de tiempo a los terrible two y no para ni un minuto quieto. No tiene celos de su hermano porque, como todavía es muy pequeño y él tiene toda la atención, pues, de momento, está encantado con el bebé. A él le gusta mucho su hermano. Le quiere dar el biberón, le da besos… No sé si cuando empiece a gatear y a hacer más gracias, cambiará la cosa. Pero, de momento, está encantado. A la única de mis nietos que todavía no he podido conocer es a Mary, la más pequeña de los hijos de Enrique. Yo tenía mi billete para Miami, en un avión que salía el viernes, y cerraron todo el jueves, por el confinamiento, así que no he podido viajar todavía. Tengo muchas ganas de ir a verlos.
—Recuerdas cuál ha sido el momento más angustioso que has vivido como madre o como abuela.
—Cuando nació el mayor de mis nietos, Alejandro, pesando menos de un kilo. No sabíamos si saldría adelante… Pasamos una temporada llena de angustia, preocupación y miedo. Y fíjate lo grandísimo y lo sanísimo que está. De eso sí que hay que dar gracias. El mes pasado cumplió dieciocho años.
“Tamara está en un momento muy bueno con Íñigo. Los veo muy contentos y muy bien juntos. Hemos cenado con ellos unas cuantas veces. Él es un chico muy simpático y, sobre todo, a ella la veo muy contenta y feliz. Está encantada con su trabajo y encima está enamorada… pues no te quiero ni contar”
—De todas las casas en las que has vivido, ¿de cuál guardas tu mejor recuerdo?
—Sin ninguna duda, de la casa de mis padres. Cuando tienes una infancia feliz, y yo tuve esa suerte, recuerdas la casa donde naciste con muchísimo cariño por la ausencia de responsabilidades, el sentirte querida y protegida…
La casa en la que más me ha gustado vivir, ya de adulta, es en la que estoy viviendo ahora.
—El secreto por el que tu casa está siempre llena de hijos, nietos, amigos y amores, en buena sintonía.
—He tenido la gran suerte de que, a pesar de ser muy diferentes, mis hijos se llevan muy bien entre ellos y, además, se quieren muchísimo. Les encanta estar juntos. Y mis amigos me dicen que es una casa con “muy buen rollo”.
—¿Recuerdas cuáles han sido las palabras de amor o cariño más bonitas que alguien te ha dedicado?
—Recuerdo palabras de mis hijos que me han emocionado y que no olvidaré nunca y, por supuesto, también de mis nietos .
—La receta para seguir teniendo muy buena relación con los hombres de tu vida.
—Yo diría que la mejor receta es no pelearse por la parte económica… Cuando tienes hijos, hay que intentar mantener una buena relación por encima de todo…
—Lo que siempre te hace sonreír al pensar en Carlos Falcó.
—No puedo pensar en una sola cosa. Nos hemos reído mucho juntos. Tenía un enorme sentido del humor…
—El secreto por el que nunca engordas
—¡Eso era antes! Podía comer de todo y todo lo que quería sin engordar. Mi problema era estar, de vez en cuando, demasiado delgada. Ahora, con los años, todo ha cambiado. No puedo comer postre en la comida y en la cena todos los días ni permitirme el lujo de picar entre horas o cenar por segunda vez antes de irme a dormir… Lo que no he dejado es el chocolate negro a lo largo del día. De todas formas, creo que hay algo de genética en ello porque mi madre también ha sido, y sigue siendo, delgada .
“Ana también está feliz con Miguel y Mateo; Enrique, con sus tres hijos; Chábeli, con Sofía y Alejandro, que va a ir a la universidad y está muy ilusionado… El que lo está pasando peor es Julio, por su separación, pero la relación entre ellos no es mala. No han tenido hijos y eso evita muchos problemas”
—¿Recuerdas una escapada secreta a un remoto lugar de la que nunca has contado nada a nadie… ni a tus padres?
—Hay una cosa que nunca he contado, sobre todo a mis padres… Pasó hace muchos años, en Filipinas, con un noviete que a ellos no les gustaba nada. Yo tenia diecisiete años y él veintisiete. Un domingo, después de Misa, mis hermanas y yo nos fuimos al Polo Club a pasar el día, como hacíamos siempre que no teníamos colegio. Le encantaba pilotar su avión y quedamos en que me recogería para irnos a una casa que tenía en la playa en una de las islas. Me prometió que estaríamos de vuelta antes de las seis de la tarde, que era la hora en la que siempre nos recogían a mis hermanos y a mí en el club. Llegamos a la isla (yo llevaba mi bikini en el bolso porque fue lo único que pude sacar de casa sin levantar sospechas), nos bañamos y almorzamos. Cuando llegó la hora de volver a Manila, el avión no funcionaba. Empezaron a venir mecánicos y gente del servicio de la casa, pero aquello no se arreglaba. Yo estaba desesperada porque no había forma de llegar a tiempo al Polo Club y no sabia qué contarle a mis padres… Al final, tuvimos que coger una lancha para que nos llevara a un pueblecito en la costa y, desde ahí, en un coche, durante cinco horas, hasta mi casa, a donde llegué de madrugada. Mis padres y mis hermanas estaban esperándome y hubo drama. Estuve castigada una semana entera sin salir de mi cuarto, sin ver televisión y sin hablar por teléfono. Diez días después, me metieron en un avión y me mandaron a España. Ese fue el motivo por el que vine. Mi madre, naturalmente, se hizo el viaje conmigo.
—Una locura… de la que no te arrepientes.
—Haberme enamorado de Miguel.
—Lo más duro y lo más bonito de tu historia de amor con Miguel Boyer.
—Lo mas duro, sin duda alguna, para él y para todos los que le rodeábamos, su enfermedad durante dos años y ocho meses... Lo mas bonito, nuestra hija Ana.
—Los cinco minutos más felices de tu vida, hasta ahora.
—Me considero muy afortunada porque he podido tener muchos «cinco minutos» muy felices a lo largo de mi vida…
“Como te puedes imaginar, a los setenta ya no me queda ningún arma de seducción…”
—¿Guardas en algún rincón secreto una vieja carta de amor?
—Guardo muchas cartas de amor maravillosas que me ha escrito Mario.
—¿Qué es lo que mantiene viva la ilusión, después de ya seis años junto a Mario?
—Hay mucha complicidad. Hemos llegado a entendernos muy bien y lo seguimos pasando muy bien juntos. Mario se lleva divinamente con mis cinco hijos y eso para mí es muy importante. Eso ayuda mucho a que yo esté muy bien en la relación.
—¿Cómo están tus hijos en este momento de sus vidas?
—Afortunadamente, a mis hijos les va muy bien. Tamara está en un momento muy bueno con Íñigo. Los veo muy contentos y muy bien juntos. Hemos cenado con ellos unas cuantas veces. Él es un chico muy simpático y, sobre todo, a ella la veo muy contenta y muy feliz. Está encantada con su trabajo y encima está enamorada… pues no te quiero ni contar. A Ana también, con su segundo hijo; Enrique con sus tres hijos; Chábeli con Alejandro, que va a ir a la Universidad y está muy ilusionada. Ahora se queda sola con Sofía, que es una niña riquísima y guapísima… El que lo está pasando peor es Julio con lo de su separación. Pero la relación entre ellos no es mala. No han tenido hijos y eso evita mucho dolor. Al fin y al cabo, es como un noviazgo; es empezar una nueva etapa. El problema es cuando tienes hijos, que tienes que organizar la vida de ellos, que cambie lo menos posible y que ellos estén contentos.
—Dinos cuál es el secreto de tu felicidad junto a Mario Vargas Llosa.
—El que no haya ningún compromiso. Estamos juntos única y exclusivamente porque nos queremos y somos felices.
—¿Por qué, pase lo que pase, enamorarse es siempre una buena idea?
—Porque, como dice Mario, el amor es la experiencia más intensa y la que más enriquece la vida.