El 12 de septiembre de 1973, The New York Times dedicaba una página entera al obituario de Marjorie Merriweather Post, fallecida a los ochenta y seis años, y lo más cercano a una reina europea que tuvieron los Estados Unidos de América en la primera mitad del siglo XX: “Cuando Marjorie toca algo, sabes que eso ha sido tocado por la realeza”, solían decir sus amistades. Siempre acompañada por un séquito de cuarenta empleados domésticos, sus fiestas se cotizaban tanto como las descritas, en 1925, por Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby.
Se rumorean muchas cosas de Marjorie, como que ella inventó los protectores de plástico de los tacones, para que sus invitadas no estropearan los suelos de mármol en los interminables bailes de salón que organizaba. Nunca, ni en la fiesta de sus ochenta años, se la vio cansada o rechazaba un baile. Brillaba con la seguridad apabullante de quien, desde muy temprana edad, ha sabido lo que quería en la vida y lo ha conseguido. Su maestro fue su padre, C.W Post, propietario de la empresa alimentaria Postum Cereals. De él, heredó el olfato para los negocios y la fe en la filantropía. “No soy la mujer más rica del planeta -solía remarcar-. Hay otras con mucho más que yo. La única diferencia es que yo hago más con mi dinero: lo pongo a trabajar”. Era hija única y cuando su padre falleció, en 1914, heredó todo el emporio… y lo multiplicó, hasta situarse en el ‘top 1’ de las millonarias de Estados Unidos.
Sus cuatro maridos
Su vida sentimental también fue rica. Se casó a los dieciocho años con Edward Bennet Close, un agente de Bolsa. El amor duró catorce años, pero terminaron divorciándose y viviendo vidas separadas. Doce meses después, el corazón volvió a latir para Marjorie ante Edward F. Hutton, un multimillonario que consolidó su visión del negocio. Con él, Marjorie amplió la empresa heredada de su padre y su olfato para hacer dinero la llevó a apostarle a la comida congelada, una novedad aún no explorada por aquellos años.
Nacía así Clarence Birdeye y, de ahí, la todopoderosa General Foods Corporation, pero mientras los negocios prosperaban, el amor menguaba. Fue cuestión de seis años, no más. Cuentan las crónicas de la época, que poco después de su divorcio, se le preguntó a Marjorie sobre qué la unía a Mr. Davies, un abogado y diplomático estadounidense. Ella negó cualquier tipo de relación sentimental con él: “¿Mr. Davies? -dijo- No, no, él simplemente me ayuda con mis impuestos. Eso es todo. ¿Pero no puedo ser soltera?”. Se casó con él a los pocos meses. Fueron veinte años de matrimonio, durante los cuales él fue embajador de Estados Unidos en Rusia y ella, la mejor “Primera Dama” en Europa. Aún quedaba una boda más en su vida, y un nuevo divorcio: en 1958 se casó con Herbert A. May, un industrial de Pittsburgh, y en 1964 se divorciaba.
La historia de Mar-a-Lago
Marjorie Merriweather Post demostró más habilidad para las inversiones inmobiliarias que para elegir un marido perdurable. Ella fue la propietaria y creadora de la imponente mansión, de 5,800 metros cuadrados, de Mar-a-Lago , en Florida. Marjorie, en tiempos de Nixon, la legó al Estado para que sirviera como residencia de invierno de los Presidentes, pero los costes de mantenimiento eran tan elevados que el Estado decidió devolverla a las herederas de Marjorie, en 1981. Poco después, una de sus nietas, se la vendió a la familia Trump , quienes han hecho de este enclave suntuoso y único mucho más que un hogar. A lo largo de los años han celebrado ahí algunos de sus momentos familiares más especiales (en 2005, Donald se casó allí con Melania ). Ahora, han desembarcado en Mar-A-Lago dispuestos a iniciar una nueva vida, alejados de los reflectores de Washington.