En la historia de los EEUU, los “primeros perros” siempre han formado parte de la familia presidencial. Y hablamos de más de dos siglos… Salvando la era Trump y previamente a Andrew Johnson, que abandonó el puesto en 1869, tras ser sometido también a un impeachment. Desde George Washington -tuvo 12, aunque no vivió en la Casa Blanca-, hasta la fecha, treinta y dos presidentes estadounidenses han tenido al menos un perro mientras ejercían el cargo. Y, la prueba es el Museo de las Mascotas Presidenciales, donde han quedado registrados sus nombres, retratos y aventuras, desde 1999.
Compañeros incondicionales, apoyo de los mandatarios y sus familias y, también las mascotas favoritas de todo el país. Millones de americanos se acostumbraron a verlos desfilar ante Papas y Reyes, subirse al Air Force One; asistir a encuentros históricos, dormitar en el Despacho Oval; y hacerse con portadas de revistas, periódicos y libros. Y estas son las aventuras de los cinco que alcanzaron la fama convirtiéndose en auténticas celebridades.
Laddie Boy quiso avisar a W. Harding de su muerte
Laddie Boy, un Airedale Terrier, fue la mascota del presidente Warren Harding (1921 - 1923); y llegó a la Casa Blanca con tan solo seis meses y un debut memorable: siguiendo la petición de Harding, se interrumpió una reunión de gabinete para que ambos pudieran saludarse. Disponía de su propia silla de madera esculpida a mano en el cuarto del Gabinete de Warren Harding y fue toda una celebridad. Jugaba al golf con el presidente; “celebraba” sus propias fiestas de cumpleaños -a las que invitaban a otros perros-; llevaba un collar hecho con pepitas de oro de Alaska; y tenía una “corte” de periodistas que relataban todas sus hazañas.
Estaban tan unido al presidente que se dice que intentó advertirlo de que la muerte llamaba a su puerta. Ladró durante tres días seguidos, hasta que el presidente falleció de un ataque al corazón.
Rob Roy entre leones e hipopótamos
En los tiempos de mandato de Coolidge, la Casa Blanca era como un zoológico. Había un par de leones, un hipopótamo pigmeo, un mapache, Rebeca -paseaban con una correa y tenía su propia casa (en un árbol) y una bañera- y, por supuesto, más de una docena de perros… Aunque ninguno más querido que sus dos impresionantes collies blancos: Rob Roy y Prudence Prim. Especialmente el primero. “Un hombre a quien no le gusten los perros y no quiera tenerlos cerca no merece estar en la Casa Blanca”, sentenció el presidente.
Rob Roy, que odiaba a las ardillas y dormía en la habitación del presidente, fue el primer perro que posó para una foto oficial de la familia presidencial y, un retrato suyo de 1934 junto a la primera dama, permanece a día de hoy en la Sala China de la Casa Blanca.
A su muerte, el presidente lo recordó en su autobiografía: “Fue un compañero señorial de gran valentía y fidelidad. Le encantaba ladrar desde las ventanas del segundo piso… Por las noches se quedaba en mi habitación y las tardes me acompañaba a la oficina. Le encantaba viajar conmigo en los botes cuando iba a pescar… Su partida me dejó solo en la orilla”.
Fala, la estrella de cine
Para Franklin Delano Roosevelt, uno de los presidentes más famosos de todos los tiempos… también una de las mascotas más famosas de todos los tiempos: Fala. Un terrier escocés negro que dormía en una silla especial a los pies de la cama del presidente -le subían un hueso cada mañana en la bandeja del desayuno de Roosevelt- y lo acompañaba a todas partes, aunque a veces le gustaba escaparse, pasear por Washington e incluso visitar la cámara del Tesoro.
Junto al Roosevelt, Fala disfrutaba de la pesca, de las reuniones y de todos los viajes. En uno de ellos (1941) se hizo amigo de Rufus, el caniche de Churchill, y los cuatro fueron fotografiados juntos.
Un año más tarde, en 1942, se hizo una película sobre su vida en Hyde Park, y su popularidad llegó a ser tan grande -referencia continua en los medios de la época- que tuvieron que asignarle su propia secretaria para gestionar los miles de cartas que recibía. También fue un soldado honorario del Ejército Fala y tuvo un nombre en clave, que le puso el Servicio Secreto: “Informer”. Está enterrado con el presidente y su esposa en el Rose Garden en Springwood. Y su estatua acompaña a la de FDR en Washington, DC.
Pushinka, el perro ruso de Caroline Kennedy
Este peludo esponjoso de raza mixta fue un regalo del líder soviético Nikita Khrushchev a la pequeña Carolina Kennedy, quien le enseñó a tirarse por el tobogán. En ruso, el nombre de este perrito significa “esponjoso” y describía perfectamente el aspecto del perro, que llegó a la casa presidencial cuando tenía seis meses y llevando su propio pasaporte ruso, en el que se especificaba que era un perro sin pedigrí.
Era hija de dos “perronautas” rusos. Su madre, Strelka, a diferencia de Laika, regresó viva después de su viaje (1960) por el espacio a bordo del Sputnik. Cuando Pushinka llegó a Washington, fue sospechoso de ser un espía y tuvo que pasar un exhaustivo chequeo para comprobar que no llevaba ningún transmisor en su interior, pero después acabó estando muy unido a los otros cachorros del presidente, los Pupniks. Especialmente a Charlie (Weish Terrier), el terrier galés de Kennedy, que se convirtió en el padre de sus cachorros. Y también, el perro que “ayudó” y acompañó al presidente mientras tomaba la decisión sobre cómo enfrentar a la flota rusa en plena crisis de los misiles de Cuba.
Johnson y Yuki el perro cantante
Lyndon B. Johnson amaba a los perros, pero ellos también a él. Así y nada más mas mudarse a la Casa Blanca, en diciembre de 1963, construyó una caseta gigante para ellos. (La prensa dijo que era un palacio). Him and Her, dos de ellos, se convirtieron en celebridades nacionales, aunque nunca alcanzaron la fama de Yuki, una mezcla de terrier que su hija Luci, encontró en una gasolinera en Texas el Día de Acción de Gracias de 1966.
Yuki, “nieve” en japonés, y LBJ se llevaron bien desde el principio -su hija terminó regalándoselo por su cumpleaños en 1967- y eran inseparables. Dormía en su habitación, se subía en su escritorio, viajaba en el asiento de copiloto, asistía a las reuniones de gabinete, le acompañaba en Despacho Oval, a nadar en la piscina, e incluso bailaron juntos en la boda de su hija Lynda. Sin olvidar el día que cantaron a dúo con la cabeza hacia el cielo para el embajador David Bruce.