Transcurría 2001 cuando Isabel Pantoja nos abría por primera vez las puertas de su finca Cantora, situada entre Medina Sidonia y Vejer, en Cádiz, en la conocida como ruta del toro. Y nos recibía con esta frase: “El secreto de esta casa de Cantora es que guarda entero el recuerdo vivo de mi marido, Francisco Rivera, a quien quiero tanto”. La artista no había querido mover ningún objeto. “No tengo por qué hacerlo. He agrandado esta casa con mi propio trabajo, la he sacado económicamente, la he hecho mucho más grande, más hermosa, pero mantiene el amor que tenía cuando fuimos felices los dos, él y yo aquí”. Y añadía: “Nada más irse Paco, la casa se me venía encima, pero luego me fui quedando con ella, y hasta hoy, que es el sitio más hermoso de mi vida, donde me gustaría de una vez por todas quedarme para siempre. Por mí, mañana mismo llamaba a mis hijos, me los traía y me quedaba aquí para siempre”.
Isabel nos explicaba el porqué de llamarse Cantora. “Hace más de un siglo su dueño se llamaba de apellido Cantora”. Y así lo descubrió Isabel en su día en el archivo municipal de Medina Sidonia, que de noche reluce a lo lejos de luna y plata. Como un objeto volante identificado. También nos explicaba lo difícil que estaba siendo mantener la finca. “Cantora nos tocó en la herencia a Francisco y a mí. Llevamos veinticuatro años sin él y han sido muy difíciles. Como le sucedería a cualquier madre que se queda viuda con un niño de siete meses. Pero que no quede la menor duda de que siempre la he mantenido por Paco. Lo diré hasta que me muera. Todo lo que se ha hecho en esta finca ha sido pensando en él, y, por supuesto, también en mi hijo, para cuando yo ya no esté en el futuro. Espero que Francisco esté capacitado para poder mantenerla”.
La artista nos hacía igualmente una dramática relevación: “Acabo de volver del corredor de la muerte, acabo de volver a nacer, he vuelto a la vida después del susto de mi enfermedad, de la que aún convalezco. Me pasé de trabajo y no me di cuenta de que iba quemando mi fuerza y no la reponía al mismo tiempo. Llegó un momento en que me faltaron vitaminas, el potasio, y me quebré. Estuve a la puerta del coma diabético, que no llegó a darme, pero que si continúo cantando, dándolo todo como siempre hago, me muero. Me estaba muriendo a chorros y yo, sin saberlo”.
Siete años después, las cámaras de ¡HOLA! volvían a entrar en Cantora para, en esta ocasión, fotografiar a Isabel con su hijo Kiko. Coincidía con el veinticuatro aniversario de la muerte de Paquirri. “Más o menos creo que han pasado doce años y medio desde la última vez que posé con mi niño – explicaba la artista- la última fue en Madrid cuando Isabel cumplió un añito. Para mí, Cantora sigue siendo Paco. Él está por todos los rincones y seguirá estando conmigo y con mi hijo”.
Por su parte, Kiko se sinceraba acerca de lo que Cantora significaba para él: “Es mi padre. Se que era su vida y es un recuerdo que nos dejó a mí y a mi madre. Esta finca tiene un valor sentimental tremendo, impagable. De las cuatro fincas que tenía mi padre, es la única que queda, y gracias al esfuerzo de mi madre, que ha luchado con todas sus fuerzas para sacarla adelante. Mi madre se ha dejado su vida en ello y por eso nunca la venderemos”.