He visto La línea invisible, la serie dirigida por Mariano Barroso que cuenta los inicios de ETA, (por qué empezó a matar), dos veces. Vi sola un premontaje, la copia profesional que llamamos. La segunda vez fue en pantalla, en Movistar +, en familia, con mi hija Carlota, de 14 años. Tuve claro en esta segunda ocasión lo importante que es una buena ficción, una manera honesta de contar una historia, sin contemplaciones, sin cortapisas, para educar la mirada. Carlota, que sabe de ETA lo que le hemos contado, lo que le ha llegado en su corta vida (es la primera generación sin atentados terroristas) pudo hacerse una idea bastante precisa de qué pasó antes de toda la muerte, la violencia, la tristeza que llegó después.
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Pudo entender la complejidad de ese atroz universo. De la sinrazón. Estoy segura de que se le quedará en la retina. Atender a sus preguntas fue un reto para nosotros, sus padres. Creíamos tener todas las respuestas pero vimos que no: afortunadamente se podían atisbar en la ficción que estábamos viendo, en las miradas de los personajes, en sus silencios. En los matices. Ella se preguntaba por qué, para qué. En la serie, en el último capítulo, está la respuesta. Barroso me contó que, más allá de las explicaciones colectivas que conocemos lo que “más me interesaba era indagar en las motivaciones de los protagonistas, saber cómo es el proceso que vive alguien que toma la decisión de pasar a las armas, saber cómo recorre el camino desde la decisión intelectual hasta la acción física de disparar contra otra persona. Qué se mueve dentro, qué se destruye, cómo es el antes y el después de ese instante”.
Más allá de la serie, de su buena hechura, de su relato, lo que me reconfortó cuando supe de ella fue su mera existencia: que podamos asistir como espectadores a este tipo de ficciones dice mucho y bueno de nuestra madurez audiovisual, de nuestra capacidad para asimilar narraciones propias dolorosas. Llevamos toda la vida viendo piezas audiovisuales más o menos arriesgadas sobre el IRA (quiero mencionar aquí la comedia irlandesa Derry Girls. Es divertida y sagaz) o sobre la mafia italiana. Pero nunca nos habíamos puesto de frente y con la mente abierta a ver lo que cuenta La línea invisible. Y qué bien que existan creadores como Abel García Roure (que la concibió), directores como Barroso guiando a actores tan buenos y guionistas capaces de poner en sus bocas diálogos tan pensados.
Primero fue Jon Sistiaga con su documental de seis episodios, ETA, el final del silencio. Luego llegó La línea invisible, y a la vuelta de la esquina está Patria, en HBO. Las tres son arriesgadas, potentes, insólitas. Antes del estreno hablamos mucho de la controversia que el solo anuncio de su llegada provocaba y de las iras que despertaría su emisión. Pero no ha pasado nada. Ha habido algunas voces contrariadas, sí, pero ambas ficciones han sido valoradas como lo que son: miradas solventes, curradísimas, honestas sobre una de las realidades más complejas y más duras de nuestra historia. Estamos preparados para asistir a otras tantas narraciones incómodas pues.