Sherlock es una serie atípica en muchos sentidos. Irregular en los tiempos de estreno, de temporadas de tres episodios de hora y media, de cambios de tono constantes, de preguntas sin resolver (ni falta que hace) y de arriesgar sin miedo. Todo eso la convierte en un título diferente y, al mismo tiempo y gracias al talento creativo de Mark Gatiss y Steven Moffat, en excepcional. Con una hipotética quinta temporada en el limbo de las agendas complicadas de quienes deben ponerse a ello y sin que nadie haya dado oficialmente por cerrada la historia de Holmes y Watson, las cuatro anteriores y el especial navideño están disponibles en Netflix. Nunca es mal momento para asomarse al universo de Sherlock y dejarse llevar.
La primera vez que sonó la cabecera de Sherlock, con esas imágenes de un Londres actual a velocidad aumentada, fue allá por 2010. Lo hizo no abriendo con su protagonista, con el que da nombre a la serie, sino que la carga de levantar el telón recayó en Martin Freeman y su John Watson. Para él, para Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) y su mítica dirección del 221b de Baker Street, reservaron una entrada en escena muy teatral, de esas que provocan la sonrisa cómplice del espectador.
Estirado, desconsiderado, prepotente, engreído, inteligente… son solo algunos de los adjetivos que se le pueden aplicar tras su tarjeta de presentación. Una lista que va creciendo con el paso de los episodios y los casos sumando otros como irónico, mordaz, obsesivo, adicto y, a veces, hasta entrañable y vulnerable. Porque su evolución se produce a lo largo de 13 episodios y es larga y con muchos baches. De Estudio en escarlata a El problema final, Holmes pasa por casi todos los estados de ánimo posibles. Él, el resto de personajes y, con ellos, el propio espectador.
Esta adaptación del personaje creado por Arthur Conan Doyle transcurre en el siglo XXI, decisión de guion que fue usada con maestría para conjugar todas las referencias pertinentes al clásico de la literatura británica (gorra incluida) con las modernidades propias del momento en el que se produce la acción. Y eso la hace, de entrada, distinta de tantas otras que se han hecho antes.
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Aunque, más allá de la ambientación, lo que convierte en única a la versión de Gatiss y Moffat para la BBC es su atrevimiento para arriesgar tanto en el planteamiento -llegaron a ambientar un capítulo especial en el Palacio Mental de Sherlock- como en el tono. Con ambos fueron experimentando a lo largo de las temporadas provocando que la última fuese acusada de haber traicionado de alguna manera su espíritu dejándose arrastrar hacia un terreno más oscuro. Sin embargo, mereció la pena llegar al final para conocer un poco más el porqué de la personalidad de Sherlock, de la extraña relación con su hermano Mycroft y de la base en la que se sostiene la amistad con Watson. Porque ese ‘problema final’ resultó ser en realidad el primero, la clave.
Los guiones eran buenos. La apuesta, atrevida. La producción, como era de esperar con la BBC detrás, sobresaliente. Y el reparto, una selección exquisita de actores británicos que no eran unos perfectos desconocidos antes de fichar por Sherlock, pero que vieron disparado su caché después de hacerlo. Al menos, dos de ellos. El primero, obviamente, Benedict Cumberbatch, especializado en tipos inteligentes con problemas de integración social y una vida interior compleja nutrida, en muchas ocasiones, de traumas. El segundo, su compañero Martin Freeman. Protagonista antes de la versión británica y original de The Office, después han venido series con muy buenas críticas como Fargo, Breeders y Una confesión. En el cine, donde Cumberbatch no para de estrenar películas y recibir halagos, él también acabó aterrizando en el universo Avengers. Aunque ambos no se cruzaron en la pantalla de nuevo.
Sherlock es sus casos, todos ellos inspirados en las novelas de Sir Arthur Conan Doyle, pero su calidad y éxito tiene que ver con el talento tanto detrás de las cámaras como delante. Ahí donde, además de los mencionados, se encuentran Amanda Abbington (Mary Watson), Rupert Grave (Lestrade), Una Stubbs (la señora Hudson) y el propio Gatiss (Mycroft Holmes). Eso en el bando de los aliados. En el de los enemigos llegaron a fichar a Toby Jones hacia el final y a Lara Pulver como Irene Adler entre medias. Aunque el verdadero rival a la altura de Sherlock en lo intelectual, en lo complejo y en lo pasado de vueltas fue su eterna némesis: Jim Moriarty. A él le interpretó Andrew Scott mucho antes de convertirse en el 'hot priest' de la segunda de Fleabag.
Ha pasado casi una década de su estreno -tan redondo aniversario tendrá lugar este verano- y a lo largo de estos diez años han quedado para disfrute seriéfilo cuatro temporadas (2010, 2012, 2014 y 2017) y un especial en 2016 llamado The Abominable Bride. Puede que las agendas de sus protagonistas hagan imposible el regreso, pero, mientras no haya cancelación oficial, la esperanza sigue viva y nunca está demás reivindicar el valor de Sherlock.