El fútbol estuvo en su vida desde jovencito. Su padre, Arthur Robinson, también había sido deportista. Michael Robinson comenzó en los años 70 jugando en los clubes amateur de su Blackpool natal hasta que alguien en 1979 vio a una potencial estrella del balonpié. Nunca un jugador de 21 años sin experiencia había valido tanto: la friolera de 750.000 libras. Michael comenzó con un récord su periplo por las ligas inglesas, primero en el Manchester City y después en el Liverpool F.C. Una lesión de rodilla le acabó trasladando a España, donde jugó para el Club Atlético Osasuna. Apenas unos meses después de su retirada, arrancó una nueva carrera por los medios, donde nos dio a conocer el lado más humano del deporte con su eterno acento británico. Reconoció en 2018 que tenía cáncer y se refugió en su familia para superarlo. Hoy será cariñosamente recordado por sus seguidores.