"Un caballo galopaba golpeando sus casos contra el suelo, mientras todo permanecía en silencio. Su carrera llenaba de música las calles y pasajes de Coventry, al tiempo que sus vecinos cerraban las puertas y ventanas ante el aviso que anunciaba su llegada. Sobre su lomo apoyaba desnuda una amazona, una dama, una condesa..." Todos los pueblos necesitan de mitos o realidades para engordar su orgullo, su pasado y su historia. A veces, los relatos demuestran su veracidad y otras sin embargo, destacan por la buena imaginación de algunos que armaron la leyenda a golpe de ficción. No es el caso de Lady Godiva, la condesa que habitó la pérfida Albión, cuando se asomaban los incios del segundo milenio de nuestra civilización. Nacida en Conventry en el año 980, podemos afirmar su existencia por varias razones, pero además de las numerosas escrituras de compraventa que aprecen de la época, el cronista Roger de Wendover, dio fé no sólo de su inmensa generosidad sino además de una inusitada belleza, que engordaba el orgullo de quienes habitaban en sus tierras. Pero eso fue después de casarse, ya que de niña, paseaba y jugaba tranquila por los bosques y caminos que rodeabana la villa de Conventry, que posee la peculiaridad de ser la ciudad más alejada de la costa, de las Islas Británicas.
Lady Godiva debe su nombre a la traducción latina del anglosajón Godgifu (Guift of God), que traducido al castellano siginifica "Regalo de Dios" y para decir verdad, no iba mal encaminado su nombre. Su popularidad creció al tiempo que contrajo matrimonio con el Conde de Mercia y Chester, Señor de Coventry, Leofric, quién la convirtió de la noche al día, en Señora y Condesa de cada uno de los territorios que rodeaban su lugar de nacimiento. Y así, cumpliendo el sueño de la niña que se convierte en princesa, Lady Godiva pasó de ser gobernada a gobernar, pero aún la historia no había decidido encumbrarla hasta la inmortalidad.
Aquellos años, cómo éstos que atravesamos ahora, tuvieron la peculiaridad de destacar por su pobreza y hambre. Las epidemias y las cosechas, carecían de los recursos que hoy disponemos para remediarlos y en cuanto apretaba un mal año, la gente pasaba tanta hambre que apenas conseguían reunir bienes para pasar los inviernos con la tripa llena. Leofric, como antaño hacían los que mandaban, aumentaba su presión con mayores impuestos y nuevos tributos, aumentando más si cabe la crisis y pobreza que sufría el pueblo llano. Harta de ver a su gente, a sus iguales y vecinos sufrir las injusticias de su protector, Lady Godiva se plantó ante Leofric para rogarle que aflojara la presión a la que tenía sometido al pueblo. Éste, en un alarde de chulería y queriendo denostar a su esposa por meterse en asuntos que no consideraba de su competencia, la retó tratando de humillarla públicamente y propuso, que sí galopaba sobre su caballo desnuda, por la calles y campos de Coventry, bajaría los impuestos a sus vasallos y devolvería lo recaudado hasta la fecha.
Ya sólo la propuesta era una ofensa que indignó a los vecinos de la localidad. Lady Godiva lejos de amedrantarse ante la humillación de pasearse desnuda, ordenó a sus sirvientas que avisaran por todos los lugares y casas que comprendían su territorio, que cerraran las puertas y ventanas y guardaran la vergüenza de su Señora, a su paso. Accedía así al reto de Leofric y mandó tener dispuesto su caballo al alba, para cumplir su parte del trato. De éste modo y a la hora dispuesta, Lady Godiva montó sobre su caballo y cabalgó desde su Castillo, por todos y cada uno de los rincones de su condado, desde Bedworth hasta Stoneleigh. El sonido de los cascos del caballo obligaba a todos a mirar al suelo y esconderse tras las paredes de sus chozas, puesto que el gesto de Lady Godiva, bien merecía la honradez de no verla desnuda.
Mientras todo era silencio, un sastre de Coventry decidía abrir un pequeño hueco a través de una de las ventanas de su casa. No pudo resistir la curiosidad y atracción de ver a su Señora, desnuda galopando por el bienestar del resto. Al hacerlo quedó ciego al paso de la Condesa. Posteriormente, aquel hombre pasó a ser conocido como Peeing Tom, o el primer mirón, en español o voayeur, en francés.
Ante el gesto de Lady Godiva, Leofric no tuvo más remedio que cumplir con su parte de la promesa, y devolvió los impuestos a sus vasallos además de comenzar una serie de donaciones que quedaron reflejadas en las escrituras de compra venta de numerosos terrenos, granjas y demás inmuebles, en el registro del Monasterio de Conventry. Y así, Lady Godiva pasó a ser la primera mujer que peleaba por una justa recaudación de impuestos, y por un digno trato de un Señor a sus vasallos. Películas, libros y hasta los famosos chocolates belgas Godiva, le deben su nombre a ésta señora, que se atrevió a desnudarse y retar a su esposo, por la justicia y dignidad de sus iguales.