El cabello de los negros es política. Una de las primeras personas en comprenderlo fue Madam C. J. Walker, fundadora de una empresa de cosmética para mujeres afroamericanas, primera millonaria negra de la historia y ahora protagonista de una miniserie de Netflix con Octavia Spencer: Madam C. J. Walker: Una mujer hecha a sí misma.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Walker nació en una plantación, cuatro años después de la abolición de la esclavitud, y aprovechó su pertenencia a la primera generación de afroamericanos libres para hacer activismo desde la belleza. La falta de higiene (a finales del siglo XIX se lavaban el pelo una vez al mes), el estrés y la mala alimentación causaban estragos (principalmente alopecia) en el ya de por sí complicado cabello de las mujeres negras: para conseguir respeto debían empezar por tener un aspecto respetable. Y para poder moverse como ciudadanas libres necesitaban dejar de parecer esclavas.
Por eso acicalarse siempre ha sido una cuestión cultural para los negros, las barberías y peluquerías un punto de unión social y el peinado elegido una declaración política. Los alisados, que se pusieron de moda gracias al peine caliente comercializado por Walker, son una estética polémica porque buscan encajar en el canon de belleza blanco, mientras que los afros funcionaron como un símbolo de reafirmación de su identidad durante (y sobre todo después de) las revueltas por los derechos civiles de los 60: lo primero que hizo Malcolm X cuando se volvió activista fue dejar de alisárselo. Por eso en los barrios negros los dueños de peluquerías ejercían como líderes de la comunidad. Y por eso ahora Fenty, la línea de cosmética de Rihanna, reivindica el pintalabios rojo tras décadas de mujeres negras intentado disimular sus labios para evitar ser ridiculizadas por su tamaño.
La propia Madam C. J. Walker sufrió discriminación por su alopecia y por su aspecto en una sociedad que solo estaba dispuesta a tolerar a aquellas mujeres negras que pareciesen más caucásicas (fruto, claro, de violaciones de patrones blancos contra sus esclavas) y logró cambiar la forma en la que la gente veía a las negras empezando por celebrar la forma en la que ellas se veían a sí mismas.
Dos años antes de morir Walker aseguraba que aunque todavía no había ahorrado un millón soñaba con conseguirlo pronto. Se quedó a punto, pero su legado como activista (para criminalizar los linchamientos), su visión para el marketing (sabía conseguir que sus clientas se sintieran escuchadas) y su contribución a la dignidad colectiva de la comunidad negra, a la además que aportó 20000 puestos de trabajo, la convirtieron en el mayor empresario negro (hombre o mujer) de principios del siglo XX y en un mito para la causa afroamericana posterior. Su fe en la solidaridad entre mujeres, en que "el cabello es poder" y en que "que una de nosotras tenga buen aspecto nos deja bien a todas" siguió inspirando a varias generaciones tras su muerte.
Hoy sus productos siguen vendiéndose en Sephora y Netflix la homenajea con una de esas series ante las que el espectador se sienta con la certeza de que, a pesar de los reveses y las injusticias, todo va a salir bien al final. Porque Madam C. J. Walker: Una mujer hecha a sí misma, que se estrenó el 20 de marzo, es el enésimo relato sobre el sueño americano. Un cuento que nos han contado muchas veces, pero pocas en su versión afroamericana: no solo Walker cumplió su sueño, sino que también ayudó a millones de mujeres negras a soñar que, tal y como ella insiste, "un cabello maravilloso trae consigo una oportunidad maravillosa".