William S. Gubelmann amasó una gran fortuna diseñando máquinas registradoras. A lo largo de su vida, este inventor estadounidense creó unas cinco mil patentes y se ganó un apodo: el de "padre de las máquinas de calcular". Su bisnieta, Marjorie Gubelmann, ha preferido hacer carrera en un negocio muchos menos convencional, el de pinchadiscos. Ahora, la prensa neoyorquina se refiere a ella como "la madre de la mesa de mezclas".
Se suponía que Marjorie iba a seguir la hoja de ruta de las niñas bien de su clase: estudiar en un prestigioso internado de la costa este de Estados Unidos, casarse con un "buen partido" y criar una familia en un idílico piso del Upper East Side de Nueva York. Con cincuenta años, en la mitad de su vida, decidió cambiar todo eso para cumplir su sueño: hacer bailar a las aburridas élites con las que antes solía coincidir en las galas benéficas del Jardín Botánico y los vernissages del Soho.
Marjorie comenzó a soñar con ser DJ mucho antes de atreverse a vivir de ello. Tras una infancia privilegiada entre la campiña de Oxfordshire, en Inglaterra, y las playas de Palm Beach y Newport, se matriculó en el New England College, una universidad privada de artes liberales en Henniker, un pequeño pueblo de New Hampshire. Allí, en la cuna WASP -acrónimo en inglés de "blanco, anglosajón y protestante"-, descubrió su pasión por la música. Comenzó a pinchar discos en la radio universitaria y consiguió presentar su propio programa semanal bajo el seudónimo de "Mad Marj" (Loca Marj).
Tras los años de universidad, dejó su vocación para convertirse en una socialite más de la Quinta Avenida: comenzó a organizar fiestas y se casó con Mohammed Reza Raein, un rico ejecutivo petrolero con negocios en Azerbaiyán. Entre los invitados a su boda se encontraban Ivanka Trump, Michael Kors y Tory Burch. Vanity Fair la calificó como "el acontecimiento de la temporada". Luego tuvo un hijo, Cyrus Raein; y lanzó su propia colección de velas y fragancias para el hogar, inspiradas en destinos como St. Barths y Buenos Aires.
Pero en 2007 se divorció de Raein. Entonces comenzó su metamorfosis: de socialite a disc jockey. Una noche, mientras cenaba con un amigo, recordó sus años de DJ universitaria. Ese amigo era Mickey Boardman, editor de la revista de moda Paper y el alma de todas las fiestas de Nueva York. Él la animó a pinchar durante la velada. "Está bien, pero solo diez minutos", dijo ella. Terminó poniendo música durante más de tres horas. Lyor Cohen, uno de los ejecutivos más poderosos de la industria musical, la escuchó y le recomendó que estudiara en la Scratch DJ Academy del East Village, la escuela de DJs fundada por Jam Master Jay. Gubelmann le hizo caso. Y el resultado fue explosivo.
Ahora, es una de las DJs más solicitadas de Nueva York. Las marcas de lujo la contratan por su repertorio "multi-generacional", en el que mezcla canciones de los años 70, 80 y 90. Pero también por sus amigos, una legión de ricos y famosos que la siguen a todas partes. A diferencia de otros disc jockeys, ella toma el mando en la mesa de mezclas vestida de Chanel o Dolce & Gabbana, con joyas de Bulgari y subida a unos tacones de Manolo Blahnik. Su accesorio fetiche son unos cascos Monster, aunque en ocasiones especiales saca a relucir otros con incrustaciones de brillantes. Se asemejan a una tiara. Es su forma de decir que ella es la reina de la pista de baile.