Voy en el metro de vuelta del trabajo. A mi lado dos chicas se dejan llevar por el zarandeo suave del tren, “cuidado, siguiente estación en curva” y todos parecemos formar parte de un vaivén casi parecido al del mar. De repente, una de ellas abraza a la otra escondiendo la cabeza en su pelo. Los hombros de ésta empiezan a sacudirse en el inconfundible movimiento de un llanto. No obstante, es un desconsuelo silencioso. De tan silencioso se hace angustiante.
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Estas chicas, que probablemente no vuelva a ver en mi vida, me han hecho pensar. Me gustaría haberme unido a ese abrazo, decirle a esa chica que todo pasa, hasta el dolor más inmenso. Que todo duelo se cura cuando aceptas que la solución es el tiempo, pero no por el olvido, sino porque uno se permite por fin así cerrar las heridas pasadas. A esa chica y a mí nos ha unido por un instante algo, un fino hilo que habla de las emociones humanas, del entendimiento mutuo. Ese fino hilo se llama empatía.
Acto seguido me he acordado del discurso que dio Manuel Vilas este martes como finalista del Premio Planeta. El escritor hizo una defensa de ese sentimiento que a veces tanto olvidamos, la alegría. Es cierto que vivimos bajo la presión de la autoexigencia por conseguir ese estado tan extasiado como imposible: la felicidad. Sin embargo, nos olvidamos de la alegría, de ese cosquilleo, de la sonrisa que se nos escapa en un momento determinado casi sin querer. La alegría, creo, es la risa que nace del momento y el momento, el poder estar vivos, es posiblemente lo único que tenemos.
Quiero pensar en la alegría en estos días en los que parece que hay que vivir con odio, que hay que sortear los sables de la tensión, que hay que unirse a los discursos populares y populistas para no llevarte los navajazos de los comentarios ajenos. Quiero pensar que la risa siempre ganará más vidas porque uno si se muere de algo en vida, que sea de la risa. Como dice Escandar: “creo en el amor como única opción de ataque. En el odio como primer atisbo de derrota. En la bondad como único medidor humano”. Quiero pensar, y que me llamen idealista, que con las calles incendiándose si una chica, sea de la ideología que sea, se echase a llorar al lado de la hoguera, siempre habría alguien dispuesto a darle un abrazo. Nunca olvidemos que el odio, arde. El amor, la alegría, en cambio, siempre será ave fénix.