El límite entre la expectativa y la autoexigencia

Por Loreto Sesma

Ay, las causalidades y este girar de acontecimientos que no sabemos muy bien dónde irán a parar. La vida, ya ves. No se acaba de aprender cómo funciona, si se podrá improvisar un manual de instrucciones. Una ve a sus amigas empezando a ser madres intentando encontrar la manera de que a su bebé no le dé por descubrir la vida del kamikaze desde su trona y no puede evitar pensar que encima lo peor está por llegar cuando le tenga que enseñar, si es que se puede enseñar, cómo vivir. Si es que se puede aprender cómo vivir. No sé cómo no nos cansamos de andar si no paramos de correr.

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Vivimos en ese límite entre la expectativa y la autoexigencia de intentar llegar a todo de la mejor manera posible. Nos deberían enseñar de pequeños a poder decir de vez en cuando que no podemos más sin que aquello suene apocalíptico. Nos deberían enseñar también a querernos sin que aquello signifique que cada vez nos parecemos a quienes aspiramos ser. No me gustan los moldes, nunca me han gustado. Sin embargo, de vez en cuando ocurre, una especie de hilo tensándose me acaba acercando al precipicio de intentar encontrarme en los moldes físicos de lo perfecto. Me pongo delante del espejo. Recapitulo mis vértices, asumo mis defectos, me aguijonean algunos complejos. Trago saliva.

A veces no sirve y tengo que volver a empezar para llegar al efecto deseado. Pelo despeinado, cara lavada y una toalla que muestra no solo mi desnudo sino también un cuerpo sin maquillar. Entonces es cuando me miro a los ojos e intento sonreírme. Esa es la parte más difícil. Muchas veces pienso que si un día tengo una hija le haré ese mismo ejercicio. Me puedo imaginar a la perfección cómo la coloco delante del espejo y le hago una coleta para que su rostro quede completamente despejado. ¿Cómo le enseñaría entonces que tanto los comentarios que pueda escuchar, como los ecos que pueda llegar a tener dentro, son simplemente humo ensombreciendo el espejo? Es una pregunta que me hace pensar porque todavía no he conseguido aplicar la respuesta sobre mí misma. Quizás esa niña que coloco en mi imaginario delante del espejo sea yo misma balanceándome desde el extremo de mi trona.

Aprender a quererse, ardua tarea que empieza y acaba todos los días. ¿Por qué costará a veces tanto? Y sin embargo, en los momentos de calma o electricidad, en los enfrentamientos contra la vida y sus volantazos, en todas aquellas ocasiones en las que me tengo que reinventar; me quiero. Lo digo bien alto, me quiero. Me quiero como mujer que es capaz de jugar a la vida del kamikaze con sus inseguridades pero, al mismo tiempo, es capaz de comerse la vida hasta dejarla temblando.