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Paquita, sí quiero. Sí quiero rendirme contigo para volver a empezar, compartir tus derrotas, que son las de todos, y más en esta selva de sueños por construir, y más para quienes compartimos las sensaciones del mundo del arte. Te entiendo, es complicado esto de no encajar en las rutinas estipuladas y no encontrar tu lugar si no es colocando tu pasión en el centro de tu apuesta a pesar del riesgo de acabar perdiéndolo todo.
Yo sí que cruzo carreteras y salto vallas por ti, te coso los vestidos rotos para que continúe la fiesta y te consigo otros, aunque no sé muy bien cómo, de Yves Saint Laurent. Si quieres te ayudo a teñirte el pelo y a peinarlo con esa manera tan tuya de hacerlo como si estuviéramos todavía anclados en los ochenta.
Te enseño cómo funcionan las redes sociales, aunque siga sin entender cómo lo hacen las personas. A cambio, si quieres, tú puedes enseñarme a dejar esa huella única en las personas. Te canto las noches de copa rota que tú eres la rubia que no se puede olvidar desde este Cadillac solitario.
Eso sí, Paquita, preséntame por favor a Terelu Campos, que casi me desmayo cuando la he visto aparecer en la pantalla. Y a Ana Pastor. Y a Emilio Aragón. Y a Josh Hutcherson. Y a Agatha Ruiz de la Prada. Podría seguir, pero ya me parecería pedir demasiado…
No tengo ningún talento oculto salvo esperar a que se sucedan los episodios de tu historia en Netflix, colocarme en el sofá de casa después de un día algo aletargado por el calor, y probablemente algo movidito, y escuchar a Isabel Pantoja anunciando tu llegada. Por fin esta tercera temporada arrasando con las ausencias y haciendo que esta serie que destila ilusión por todas partes se pueda colocar en todos los hogares a los que ya llegaste, es decir, miles de ellos.
Cómo me haces reír, Paquita, y llegados a este punto está claro que también has cogido la maestría de emocionarme. Quiero, sí quiero verte siempre que pueda y lo hago porque sí, Paquita, porque lo que no quiero es que te acabes nunca.
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