'Muñeca Rusa', la nueva serie de Netflix que hará que te replantees tu existencia
Nadia está atrapada en un bucle temporal, condenada a morir y revivir en su 36 cumpleaños, una y otra vez.
Dicen que el propio valor de la vida es la muerte, lo que no deja de ser curioso porque eso implica necesariamente que el valor de algo sea otro algo. Ocurre, no obstante, con otras muchas cosas como puede ser la propia relación dialéctica del protagonista de una historia con su antagonista. A pesar de que él se lleva el foco principal, necesita inevitablemente uno o varios antagonistas que le compliquen la vida para que nososotros nos quedemos enganchados a la trama.
Sin embargo, en el caso concreto de la vida ocurre que se anteponen las dos cosas que lo condicionan absolutamente todo. El otro día lo hablaba con una amiga, surgió después de ver un capítulo de la serie de la que os hablaré a continuación. "Imagina por un momento", le decía, “que pudiéramos morirnos y resucitar las veces que quisiéramos”. Pensaba, sobre todo, en todas las personas a las que podríamos volver a ver. Fantaseé incluso con la idea de abrazar a mi abuela y enseñarle los libros de poesía que he publicado (ella era una gran amante del género). Aquella parte sí que me dio un pequeño pellizquito en el corazón llamado deseo; imposible, claro. Pero deseo al fin y al cabo.
Por otro lado, en cambio, no pude evitar detener el pensamiento de que, del mismo modo del que le perderíamos el miedo a muchas cosas, también le perderíamos el respeto a casi todo. Si no existiera un final, qué sentido tendría seguir luchando por las cosas que amamos, qué nuevo significado obtendría la pura supervencia, a dónde irían a parar todas esas pequeñas cosas que le otorgan un sentido pleno a nuestra vida. Sobre esto, me gusta mucho una frase que dejó escrita Carver bajo el título Último fragmento y que dice: “¿Y conseguiste lo que querías de esta vida? Lo conseguí. ¿Y qué querías? Considerarme amado, sentirme amado en la tierra”. Porque al final, nos guste o no, a todos nos gustará morirnos un día sabiendo que este camino de espinas y risa ha merecido la pena.
Todo este discurso existencialista, la conversación con mi amiga y el poema (maravilloso, eso sí) de Carver venía, como comentaba antes, por una serie que empecé a ver el otro día. Se llama Muñeca Rusa y está disponible en Netflix. ¿De qué va? Precisamente de lo que hablaba anteriormente: una chica muere en su fiesta de cumpleaños y, de repente, se vuelve a ver en la fiesta de cumpleaños. Así ocurre sucesivamente, como en un mal día de la marmota, y todo gira en torno al intento de parar ese torbellino que le hace dudar si aquello es real o simplemente se está volviendo loca.
La protagonista es Natasha Lyonne (su nombre te suena de Orange Is The New Black) y la producción tiene un tinte, palabras de crítico, de “comedia negra con formato sitcom”. Para los que andemos fuera de la jerga audiovisual, aquello viene a ser que trata un tema tabú (la muerte) en un formato de comedia de situación (mismos lugares, mismos personajes) porque, de hecho, toda la historia es un loop.
Es una serie a la que puedes jugar eternamente al botón de “próximo episodio” porque los episodios tienen una duración perfecta para ello y que no requiere una atención excesiva. Por otro lado, en contras, no es el gran tema y no engancha hasta la saciedad. ¿Conclusión? Entretiene, hace su función de “mente en blanco” y ayuda a descongestionar la cabeza después de un día de trabajo. Si hubiera que valorarla del uno al diez, yo la puntuaría con un 7.