'Roma', la primera película de Netflix nominada a los Premios Goya

La historia sucede entre las cuatro paredes de una casa mexicana, centrando una especial atención a la chica que forma parte del servicio de una familia

por Loreto Sesma

Cuando a alguien estudia las claves para crear una historia le suelen enseñar un principio básico: todo empieza con un inicio en el que presentar situación, escenario y personajes. Después, se ha de plantear necesariamente un problema, conocido como nudo, que alimente la trama y engancha a nuestro espectador. Dicho nudo ha de plantear preguntas, nunca respuestas. Es precisamente la incógnita que las rodea lo que hace que el receptor de tu historia siga ahí hasta que en el desenlace la resuelve.

Es difícil conseguir trazar una buena historia sin caer en los mismos temas de siempre. Por eso, a mi modo de ver cada vez es más importante el modo en el que se cuenta esa historia. Hay grandes relatos que simplemente hablan del paso lento de la rutina y es precisamente esa falta de acción lo que dificulta la narración. Sin embargo, de repente ocurre. Ocurre que una historia que en principio no cuenta nada más que el ir y apagar de los días, aparece una joya como Roma.

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Han sido muchas las figuras públicas que la han alabado por todas vías posibles, ha conquistado a la gran mayoría del sector crítico pero, ¿y el espectador de calle como tú, como cualquier lector, como yo? Si la ves, lo más probable es que también. Son varios los motivos por los que hay que ver esta película que está en Netflix y que acaba de obtener el Globo de Oro a Mejor Película Extranjera y se postula como uno de los favoritos para obtener el Oscar en la misma categoría.

El primer motivo, la delicadeza. La historia sucede entre las cuatro paredes de una casa mexicana, centrando una especial atención a la chica que forma parte del servicio de una familia compuesta por un matrimonio y sus respectivos hijos. El segundo motivo, la mirada. A pesar de que Roma sea una película de autor consigue externalizar la cámara creando un retrato real y auténtico tanto de los personajes como de la época. Agrupando estos dos, la fotografía. Cada una de las escenas, cada uno de sus fotogramas, conforman una imagen con un perfecto encuadre, una clara finalidad y algo que, tanto estéticamente como en significado, consigue un resultado perfecto.

Por último y para mí más importante, la pureza. Desde las escenas de los momentos de la rutina familiar como en las imágenes más crudas. No hay ningún otro filtro que no sea la propia verdad, y ese es un filtro que escasea en la mayoría de las cosas que nos rodean últimamente.

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