Me gusta de Rubén Pozo que parece no querer complacer a nadie, ni siquiera a sí mismo. Le canta a la vida, que a veces tampoco le satisface y no tiene pelos en la lengua para decir que es así. Huye de lo estrictamente bien visto, de lo políticamente correcto y yo tengo cierta tendencia a no fijarme en la gente que anda buscando los focos sino en aquellos que están en el rincón más recóndito de la barra. Ésos son los que observan, los que aprenden a descifrar lo que ven y a desarrollar una mirada que, en el caso del arte, después desplegarán sobre sus obras.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Porque es cierto, hay muchas veces en las que querríamos tener a quien culpar de nuestros eternos bucles, existen ocasiones en los que uno querría estallar en pedazos, arrancarse la cabeza y poder desconectar por unos momentos, sin alarmas, sin teléfonos, sin las exigencias de los demás ni las de nosotros mismos. Y no pasa nada por decir que, a veces, es cierto que uno no puede más, que la vida exige y nosotros estamos en el límite de sobrepasar los bordes de nuestro vaso; que sí, que la paciencia sí que se acaba y lo último que se pierde no es la esperanza, sino las ganas. Y no pasa nada por decirlo, decirlo en voz alta; no pasa nada, no pasa absolutamente nada. Recordemos, de vez en cuando, que hay que tocar fondo para volver a salir a flote.
El truco de Pozo está en sus melodías y en sus letras, con las primeras te engancha y con las segundas, te descifra. De repente te suelta un rugido de guitarra, uno de esos que te hacen contener la respiración, cerrar los ojos y simplemente fluir con lo que esas cuerdas te dicen. Y justo después te canta una sentencia con la naturalidad como solo la gente honesta sabe hacer. Es de esta manera como acabas por decir que tu día ha podido ser objeto de vudú pero que, al menos, siempre te quedará bailar hasta zanjar la jornada.
Soy una tarada de los directos, creo que la música en vivo tiene un gran poder que nunca debería perderse y creo que merece la pena valorar a los que saben defenderlo. Su último álbum, Habrá que vivir, salió el pasado año, pero ahora tenemos la suerte de que Rubén Pozo está haciendo una girita de conciertos con la que poder disfrutar de todo esto que os cuento. Hay días, como los de esta semana, en los que se impone el invierno y uno no sabe si encerrarse durante unos días para darse a la vida contemplativa debajo de una manta o reivindicarse como reyes de la ciudad, pase lo que pase. A mí con Pozo me dan ganas de la segunda siempre que lo escucho porque es de esos tipos que andan bailando en el filo, jugando con el vértigo que te hace sentir el apostar a doble o nada. Me hace sentir que el rock sigue vivo, que nosotros también y que "habrá que vivir" aunque solo sea para escuchar la próxima canción y concedernos un último baile.
"No queda nada que decir, pero lo digo.
Nada que luchar pero aquí sigo.
No queda sitio a dónde ir del mundo entero.
No queda nada que esperar, pero lo espero.
Pasan las horas, pasan los días.
La vida pasa por encima, pero también así se esquiva una ola".
(De la canción Algo que decirle al mundo)