Recordamos la boda de Cayetana Fitz-James Stuart con Luis Martínez de Irujo
Un enlace de 'príncipes' en Sevilla
Corría el año 1947 cuando España volvió a vivir lo más parecido a unas nupcias reales en ausencia de su Familia Real, que desde 1941 se encontraba en el exilio. Aquel día de la Hispanidad el altar mayor de la Catedral de Sevilla, reservado por lo general a los contrayentes de la realeza, acogió el enlace de Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva, Duquesa de Montoro, y Luis Martinez de Irujo y Artazcoz, ingeniero de origen noble -hijo del Duque de Sotomayor-, pero sin título. Lo que normalmente en aquellos tiempos habría sido un matrimonio de conveniencia, resultó ser un matrimonio de amor. Se habían conocido en un baile a través de un amigo en común en 1946 y se habían enamorado de inmediato. A los cuatro meses tan solo de aquel flechazo, seguro de sus sentimientos, él le haría la gran pregunta y, segura también, ella le respondería “sí”.
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El “SÍ” mayúsculo de meses más tarde, tras los esmerados preparativos nupciales, fue el mejor comienzo de su vida de casados. El Duque de Alba, padre de la novia, se ocupó de que los novios tuvieran la boda de sus sueños: invitó a todos los que tenían que estar al enlace, un total de 3.000 personas; tiró palacio por la ventana para celebrar el gran día sin reparar ni en esfuerzos ni en gastos, alrededor de los 20 millones de pesetas de la época, y brindó gozo a toda la ciudad en unas fechas con necesidad de alegrías. No se olvidó de nada ni de nadie y, como es lo habitual en las bodas reales de hoy, hizo donativos a los necesitados de Sevilla por expreso deseo de la novia, que estaba detrás de todo. No hay nada que un padre no haga por la felicidad de los hijos.
La celebración por todo lo alto tuvo repercusión por todo lo ancho. El mundo entero se hizo eco del acontecimiento, que calificó como “la boda más cara”. Incluso fue comparada por su sublime elegancia con el enlace inminente de la entonces princesa Isabel de Inglaterra, que apenas unas semanas después volvería a concentrar toda la atención mediática del momento. La Duquesa de Montoro, única heredera de los 49 títulos de su padre -el más Grande, seis veces duque, 12 veces marqués y 17 veces más conde-, era la princesa que España en aquellos días no tenía y que muchos añoraban, y no podía estar más bonita aquel distinguido 12 de octubre. A Cayetana, que nunca ha sido de tópicos, se le quedaron pequeños los de novia blanca y radiante.
Maravilló a todos, y pasados los años no pasa el deleite, con el exquisito traje nupcial de la reconocida diseñadora española Flora Villarreal, cuyas creaciones más destacadas se conservan en algunas de las colecciones del Museo de Traje en Madrid, y con la preciada tiara de perlas y brillantes de Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III, con la que coronó uno de los días más importantes de su vida. Sevilla estalló en júbilo nada más ver aparecer a Cayetana en un carruaje por las abarrotadas calles en dirección a la catedral y los miles de invitados que aguardaban su entrada en el interior ratificaron que el clamor popular no era exagerado cuando el padrino condujo a la novia por el pasillo del templo, que para la ocasión estaba lleno de crisantemos, de lirios del valle y de miembros de la aristocracia.
La realeza estuvo representada por el infante Alfonso de Orleáns, la infanta Mercedes de Baviera y la infanta Isabel de Borbón. Franco no envió ningún representante a la boda de la Duquesa de Montoro porque discrepaba de las tendencias monárquicas del Duque de Alba, que sin embargo tuvo en suerte que los Condes de Barcelona apadrinaran el enlace, representados por el propio Duque y la Duquesa de Almodóvar del Río. Los nervios naturales de los novios al hacer sus votos se disiparon cuando el arzobispo de Valencia les hizo entrega de la bendición especial del Papa y los declaró finalmente marido y mujer. Entonces una sonrisa de felicidad asomó al rostro de Cayetana, que ya no la abandonaría en todo el día.
Ni al salir del templo, donde muchos miles más de admiradores se agolparon para desearles la enhorabuena; ni al visitar a su querida Virgen de Macarena; ni al posar en los tradicionales retratos; ni al celebrar con familiares y amigos su banquete de bodas. Alrededor de 18 chefs y más de 100 camareros sirvieron kilos y kilos de exquisiteces de pollo, pavo, jamón y pescado, cientos de bocados deliciosos de pasteles y tortas, y miles de botellas de whisky, jerez, coñac, anís, rojo, vino blanco… Y corrió el champán para brindar por la dicha de los recién casados. Cayetana Fitz-James Stuart y Luis Martínez de Irujo pusieron el punto y seguido a su felicidad en una dulce luna de miel por Europa y Estados Unidos.