Dedicó toda su vida a las personas más desfavorecidas, trabajando incansablemente por la integración de distintos colectivos sociales en situación de marginación. El padre jesuita Jaime Garralda Baretto falleció la pasada semana, a los 96 años de edad, dejando tras de sí un legado de generosidad y entrega, que continúa vivo en la fundación que creó, Fundación Padre Garralda – Horizontes Abiertos. Esta recoge el testigo de su labor y sigue dedicando sus esfuerzos a lograr que la situación de los drogodependientes, los presos sin familia, los hijos menores de mujeres encarceladas, los enfermos de VIH y las personas sin hogar mejore. Él definía su labor asegurando que “debemos estar del lado de quienes nadie quiere, esos que no tienen nada y encima soportan el desprecio de la sociedad”. “Tenemos que ayudar a esas personas que han tenido menos suerte que nosotros, con cariño y con recursos, para que puedan acceder a una vida normal” decía.
María Matos, cofundadora de la Fundación Padre Garralda – Horizontes Abiertos y Presidenta de Honor de la institución, señaló, tras el fallecimiento del padre Garralda, que se trata de una gran pérdida. “Lo importante es recordar su vida, que ha sido un verdadero ejemplo cristiano de amor al prójimo y dedicación incansable a los más desfavorecidos”.
El padre Garralda nació en 1921 y con 24 años decidió entrar a formar parte de la Compañía de Jesús. Es en esta orden donde comienza a hacer realidad sus proyectos solidarios a favor de los marginados, una actividad que inicia siendo todavía estudiante de Teología en Granada. Pone en marcha diferentes proyectos en las poblaciones de Albolote, Atarfe y Pinos Puente y su estrecha relación con estas familias le hace valedor del título de “el padre de los gitanos”. Tras un terremoto que en 1956 destruye el pueblo de Albolote, se vuelca en quienes considera su familia e inicia una cruzada dirigida a que los afectados se recuperen y puedan rehacer sus hogares y sus vidas. La contribución le hace merecedor de la Medalla de Oro de la Orden de Cisneros.
Una vez terminados sus estudios, se hace cargo del Hogar del Empleado, en Madrid, desde el año 1957 hasta 1964. Se trataba de una plataforma de acogida que prestaba asistencia a personas sin recursos que, sobre todo, llegaban de las zonas del sur de España. Garralda centró su labor principalmente en los niños y adolescentes a los que quiso dar acceso a un futuro y a un oficio. En 1959, impulsa la creación de Asociaciones de Viudas, a quienes animó a no pedir, sino a dar, y a dar a conocer el Evangelio. Se trata del origen de la Confederación de Federaciones de Asociaciones de Viudas (CONFAV), que se ha extendido por toda España, reuniendo a más de 17.000 mujeres.
En 1964, es destinado a Centroamérica, donde pone en marcha una red de ayuda a los más necesitados, cuya base de operaciones se situó en Panamá. El éxito de la iniciativa y la popularidad cosechada por el padre extienden su proyección social a toda América Latina. Por su labor, el Presidente de la República de Panamá le concedió la máxima condecoración nacional, la Orden de Amador Guerrero, en grado de Comendador. Regresa a España en 1966, donde recupera los proyectos de ayuda que había emprendido. Entre estos destaca la labor realizada en los barrios de chabolas donde volvió a centrarse en los más pequeños. Es en este momento cuando toma una de las decisiones más importantes de su vida: se traslada a vivir a un poblado chabolista en Vallecas. En él invierte 16 años de su vida, conviviendo con las familias y conociendo de primera mano los problemas y miserias que afrontan día a día.
En 1978, crea la Fundación Horizontes Abiertos concebida para ayudar a los presos a rehacer sus vidas una vez que hayan cumplido sus condenas. Con el tiempo, las necesidades de los colectivos marginales de la sociedad le llevan a desarrollar nuevos proyectos que dan asistencia a los enfermos de VIH/SIDA, así como a personas drogodependientes, personas “sin techo” o inmigrantes sin papeles. El padre Jaime Garralda, junto con los voluntarios y profesionales de la Fundación, dedicó más de 40 años a ayudar a los más necesitados, a los que él llamaba “los preferidos de Cristo”. Hizo posibles algunos hitos históricos en España como la creación en las cárceles de módulos específicos para madres y niños menores de 3 años, para familias cuando padre y madre están cumpliendo condena, módulos penitenciarios para estudiantes universitarios y centros terapéuticos situados dentro de las cárceles, donde los internos superan su dependencia de las drogas durante su internamiento. Todos estos proyectos fueron desarrollados siempre en estrecha colaboración con la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.