Isabel Sartorius y Javier Soto debían haberse casado el pasado 15 de diciembre. Una boda anunciada y deseada por todos.
Los dos tenían ganas de formar una familia. Además, Isabel quería que su hija Mencía tuviera hermanos, que viviera la infancia feliz que ella no pudo tener. Todo estaba planificado: una ceremonia sencilla, para unos ochenta invitados, convocados para la una de la tarde en la finca extremeña de Peraleda de la Mata, donde Vicente Sartorius, padre de Isabel, y Nora de Liechtenstein pasan la mayor parte de su tiempo libre...
Pero tres semanas antes de la fecha anunciada, Isabel y Javier se dieron cuenta de que el enorme cariño, la admiración y la amistad que les unen pueden y no deben ser confundidos con otro sentimiento: el amor. Isabel y Javier se habían dado el sí con la cabeza y no con el corazón. Era un sí producto del afecto y la responsabilidad. Y pospusieron la boda.
En la vida y el corazón de Isabel Sartorius a lo largo de estos últimos cinco años no ha habido nadie más que Javier Soto. “Un hombre que se merece una mujer de su categoría, una persona tan fantástica como es él mismo”, ha dicho Isabel
Han roto su compromiso de boda, pero no su amistad. El cariño sigue intacto.
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