Después de una carrera exitosa como hombre de negocios, Vicente Fox se lanzó a la política y encabezó el Partido de Acción Nacional (PAN), enfrentándose al grupo que llevaba gobernando México durante setenta y un años, el PIR. El 2 de julio de 2000, coincidiendo con la fecha de su cincuenta y ocho cumpleaños, gana las elecciones para Presidente y se instala en Los Pinos, residencia oficial mexicana. Allí, desde donde trata de acabar con “la delincuencia, la poca disciplina y la falta de honestidad” en la que vive inmerso su país desde hace años, Fox recibe a ¡Hola! y habla de sus proyectos, planes de futuro y aspiraciones personales.
El Presidente, hombre sencillo, amable y campechano, tiene cuatro hijos adoptados. Ana Cristina, Paulina, Vicente y Rodrigo son su fuente de felicidad, “lo que más quiero en la vida”. “Hay quien dice que adoptar es un acto de generosidad, pero para mi no lo fue para nada, sino que casi me parece un acto de egoísmo no hacerlo. Uno estaba buscando amor y cariño, y el encuentro con un hijo adoptivo es tan maravilloso como con un hijo natural”, afirma Fox que, con ese estilo pintoresco que luce a menudo, bautizado por muchos como Foxismo, acaba de ser elegido una de las veinticinco personas más atractivas de Latinoamérica.
A pesar de ello, Vicente Fox asegura no hacer sido nunca “muy noviero”. Se casó en 1971, después de una larga relación, pero su matrimonio terminó en una separación. “Para mi una mujer ideal tiene que tener inteligencia, pasión, corazón, calor, amor... y si puede tener algo de belleza, nunca está de más, pero esa belleza puede no ser necesariamente física, sino espiritual”.
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