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Imagen del Castillo de Obidos.
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Imagen de la coqueta calle de Obidos.
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Vista general de la ciudad de Obidos con las murallas del castillo rodeándola.
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Imagen de la iglesia de Santa María, en la ciudad de Obidos.
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Hubo un tiempo en que Obidos fue uno de los puertos más prósperos del Atlántico portugués. Hay que preguntarse cómo es posible si el océano está a no menos de diez kilómetros en línea recta de las murallas que aprisionan la ciudadela. La explicación no tarda en llegar: cuentan aquí que los cauces fluviales que cicatrizan estos mansos relieves hicieron retroceder las aguas saladas y dejaron como prueba de su implacable fuerza una inmensa laguna que separa la villa de la mar. Esto no sucedió de la noche a la mañana, hubo que esperar cinco largos siglos.
Obidos es uno de los poblachos más evocadores de la Estremadura portuguesa, una vasta región que se interpone entre las rugosidades de las Beiras y las tierras lisboetas. Confinado entre altas y gruesas murallas, su historia es un resumen ilustrado de todas las culturas que hicieron grande a Portugal. Estos muros de piedra vieja fueron testigos de luchas brutales entre árabes y cristianos, y siglos antes, entre alanos, suevos, romanos y visigodos.
DESDE LA PORTA DA VILA
Hoy, por suerte, no hay batallas que amenacen la paz de la ciudad. Obidos cuenta el tiempo sin inmutarse, y se cuida muy mucho de hacer cumplir esa norma no escrita por la cual todo aquel que entra debe dejar fuera de las murallas sus odios y querellas. De ahí que, advertidos, se penetre con sigilo por la Porta da Vila. El frontal ya alecciona de esa templanza de la que hacen gala sus vecinos: la puerta está decorada con un lujoso paño de azulejos de color azul y blanco fechado en el siglo XVIII.
La rua Direita se abre paso entre las callejas estrechas y empedradas con casas adornadas con flores de vivos colores y zócalos pintados. A ambos lados hay restaurantes de cocina tradicional y puestos de artesanía. A medio camino de la rua, aposentada en el corazón de la villa medieval, está la plaza de Santa María. Lo primero que sobresale en ella es una picota del siglo XV sobre una fuente. Narra la historia amarga de la Reina doña Leonor de Lencastre, esposa de João II. Su hijo, el infante Afonso, murió ahogado en las aguas del Tajo en 1491. El cuerpo sin vida del pequeño príncipe apareció una mañana entre las redes de un pescador. Asolada por el dolor, la Reina buscó amparo en la soledades de Obidos e hizo tallar en su escudo de armas una red que la atara de por vida a la desdicha del hijo muerto.
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