Nadie dijo que alcanzar el paraíso fuera pan comido. Para empezar, llegar en avión a esta porción secreta del Caribe implica al menos una o dos escalas como mínimo. Seguramente una de ellas en el aeropuerto de la isla de St Martin, en las Antillas neerlandesas, donde se encuentra The Refuge, un bar playero al final de la pista de aterrizaje en el que el personal se divierte con buen reggae de fondo mientras los aviones les pasan muy cerca por encima de la cabeza.
Tórtola es la capital de las Islas Vírgenes Británicas y hay ferris entre ella y otras islas habitadas, como Virgen Gorda, Anegada o Jos Van Dyke. También excursiones de un día, taxis acuáticos y, en las más visitadas, coches o motos de alquiler, aunque la forma más habitual de explorar este archipiélago es alquilando un velero, yate o catamarán entre un grupo de familiares o amigos, o reservando un único camarote en singladuras compartidas.
Desde casa, lo primero es reservar la naviera con la que vamos a realizar el crucero. Se alquilan sin patrón, para lo que es imprescindible tener carné, pero la mayoría opta por una semana con patrón y un chef encargado de las comidas e intendencia a bordo. Días antes de iniciar el viaje, el personal de la elegida nos habrá mandado un cuestionario para cerciorarse de que nadie echará nada de menos en el barco: el tipo de desayuno con el que cada cual prefiere saludar el día, los deportes náuticos que vamos a querer practicar o los vinos y copas favoritos que nos gusta tomar.
Ya en el destino, el plan, perfecto para olvidarse del mundo, muy probablemente arranque, antes incluso de que nos instalemos en los camarotes, probando en uno de los chiringuitos que asoman entre las palmeras el painkillers, el trago al que saben las Islas Vírgenes Británicas. Preparado con ron, zumo de piña y naranja, crema de coco y el punto justo de nuez moscada, se traduce literalmente como «analgésico. Todo un guiño a cómo se las gastan aquí.
Casi con certeza, en la primera noche no saldremos de la marina de Road Town, la capital de la isla principal de Tortola –léase sin acento y deje inglés–, cuyos escasos 55 km2 reúnen al ochenta por ciento de los habitantes de este singular territorio británico. A la mañana siguiente no hará falta despertador, porque uno se despereza sí o sí cuando el capitán arranca el motor para zarpar. Solo él integra la tripulación, junto al encargado de la cocina, la limpieza y de echar una mano con las maniobras, sin bien cualquier cliente es bienvenido como ayudante de marinero.Primer destino: el canal de Francis Drake. El festín de vistas sobre las Vírgenes, en su mayoría deshabitadas, no ha hecho más que empezar cuando se fondea para una zambullida junto a las rocas llamadas The Indians. Bajo el agua, tortugas gigantes y el increíble azul eléctrico de los peces cirujano, sobre ella, los pelícanos lanzándose en picado contra las olas para cazar.
Enseguida más buceo o más snorkel por los fondos aún más transparentes de Norman Island, el refugio pirata que inspiró a Stevenson su novela La isla del Tesoro, y, algo más allá, los rompientes por los que explorar los restos del RMS Rhone, un navío victoriano que se hundió por culpa de un huracán tardío y de un capitán soberbio que ninguneó las advertencias de su hombre del tiempo.
A la mañana siguiente, para darle un respiro al chef, podemos bajar a comer sobre la playa del Cooper Island Beach Club, con una expedición a su surtidísimo Rum Bar. De allí, aunque la ruta puede variar a merced de los alisios y nuestro capricho, tampoco pinta mal plan acercarse nadando hasta los monumentales roquedos y piscinas naturales de The Baths, la versión caribeña de la famosa playa Source d’Argent de Seychelles que esconde la isla Virgin Gorda.
Imperdonable igualmente privarnos de una langosta sobre la arena en la muy rural islita de Anegada, de los atardeceres frente a la White Bay de Guana Island o, en la isla Jost Van Dyke, de las noches de fiesta en el Foxy’s, el bar más divertido de las BVI, como, pronunciado biviay, les dicen a las Vírgenes Británicas. Y es que, aunque algunos no pisen tierra en toda la semana por este archipiélago con más barcos de alquiler que hoteles, excusas tampoco faltan para disfrutar con los pies en el suelo.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar
Vuelos a Tortola desde varias ciudades de España, vía París o Ámsterdam y la ya caribeña St. Martin, con el Grupo Air France-KLM, a partir de unos 765 €. Otra opción sería tomar la conexión directa de Iberia entre Madrid y San Juan de Puerto Rico y enlazar por unos 200 € con alguna de las compañías locales que van a las Vírgenes.
Los cruceros
Aunque algunas mayoristas proponen paquetes de vuelos y hotel, la forma más popular de recorrer las Vírgenes Británicas es navegando. Desde España se pueden reservar los barcos de la naviera The Moorings con la especialista en náutica Aproache (aproache.com). En sus camarotes se alojan entre cuatro y diez pasajeros. Si se alquilan con patrón y chef, el precio del viaje para seis personas puede salir, según la temporada, a partir de unos 12.000 € o 25.000 € la semana, con las comidas, bebidas y actividades incluidas. En otro tipo de barco con más pasajeros o sin tripulación los precios bajan bastante. También Viajes El Corte Inglés (viajeselcorteingles) propone cruceros convencionales como el Islas del Tesoro, de Star Clippers, que recala por varios puntos de las Vírgenes, a partir de 2000 € más vuelo.
Dónde dormir
De no optar por instalarse en un barco, o quizá para sumarle a la singladura unos días de hotel, favoritos de los europeos son el Cooper Island Beach Club (cooperislandbeachclub.com), con una decena de estilosas habitaciones con vistas al canal de Drake. Otras opciones son los cottages de la isla privada Guana Island (guana.com) y la igualmente exclusiva Valley Trunk (valleytrunk.com), o Necker Island (virginlimitededition.com), el refugio también privado de Richard Branson donde se alojan tantas celebrities. Villas de alquiler, a través de bvivillarental.com, y, si se prefiere un glamping de nivel, las palapas del Anegada Beach Club (anegadabeachclub.com).
Dónde comer
Incluso recorriendo en barco el archipiélago, siempre puede bajarse a comer, cenar o tomar una copa en locales como el mítico Foxy’s (foxysbar.com), con las noches más locas, o, también en la isla Jost Van Dyke, el Soggy Dollar Bar (soggydollar.com), donde aseguran se inventó el painkiller. Más tranquilo, en Virgin Gorda, el romántico Coco Maya (cocomayarestaurant.com), con su lounge abierto al mar e incluso sofás desperdigados sobre la arena de Spanish Town –la antigua capital desde los tiempos de Colón–, o el restaurante sobre la playa y bar con casi 300 marcas de ron del Cooper Island Beach Club (cooperislandbeachclub.com), en la isla del mismo nombre.