Emociones en las cuatro estaciones
Vivaldi no habría podido escribir en Tenerife sus célebres cuatro conciertos para violín y orquesta, si acaso solo uno, el de la primavera, una primavera eterna que ha hecho de la mayor isla canaria el destino ideal para quienes no pueden escoger el tiempo de sus vacaciones, pues todo el año ofrece algo interesante al viajero.
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En Tenerife no hay que preocuparse por el periodo del año en que viajemos. Cualquier momento es idóneo para realizar alguna de las muchas actividades que propone una isla repleta de encantos y con una diversidad difícil de igualar en un territorio de iguales dimensiones. Por su clima privilegiado, el acceso a sus costas está garantizado todo el año, ya sean las extensas playas de arena blanca del sur, rodeadas de complejos hoteleros de gran nivel, como las singulares arenas de lava volcánica que abundan en el norte, así como sus piscinas naturales, algunas de ellas enclavadas entre rocas de magma volcánico que el tiempo ha ido acumulando a orillas del Atlántico.
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Esta isla de apenas 2000 kilómetros cuadrados, con sus distintos microclimas, también ofrece la oportunidad de perderse entre bosques autóctonos, realizar excursiones, practicar deportes de aventura, disfrutar de una amplia oferta cultural y gastronómica, así como de visitar diferentes ciudades y enclaves, algunos de ellos considerados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Uno de estos lugares, el más visitado de la isla, es el Parque Nacional de las Cañadas del Teide, un inmenso espacio natural en el que se encuentra la montaña más alta del territorio español, con sus 3718 metros de altitud. La visita a este escenario mágico y fascinante puede iniciarse en uno de sus dos centros de visitantes, El Portillo o Cañada Blanca, donde se encontrará toda la información necesaria para iniciar un recorrido ineludible. Un paisaje con tintes lunares, salpicado de sorpresas como los Roques de García o los llanos de Ucanca, un extenso terreno , formado por lava solidificada, que asemeja otro planeta. Aquí se encuentra el observatorio astrológico de Izaña, pues la calidad del cielo de Tenerife permite que puedan observarse el sol y las estrellas con una nitidez difícil de encontrar en otros parajes. Para los más aventureros, es posible pasar una noche en el refugio de Altavista y ver amanecer desde la cima, tras recorrer un sendero a pie. Otra de las maravillas de este parque, además de su flora endémica, es contemplar desde lo alto el mar de nubes que se extiende bajo nuestros pies y que permite que las excursiones al parque estén, casi siempre, amparadas por un sol radiante.
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Bajo la atenta mirada del Teide se encuentra el valle de la Orotava, del que el célebre naturalista Alexander von Humboldt dijo, hace 200 años, era uno de los paisajes más bellos que había visto. Aunque estos dos siglos han traído el progreso y cambios significativos al valle, sigue siendo imprescindible una visita a Puerto de la Cruz y al centro histórico de la ciudad de La Orotava, donde aún pueden contemplarse y visitarse algunas de sus antiguas casa de gruesos muros y balcones artesanados realizados con madera de tea. La más célebre de esas edificaciones es la Casa de los Balcones, con una interesante muestra de la vida cotidiana de una familia tinerfeña de buena posición, así como de la artesanía y los productos típicos de la isla. No hay que dejar de visitar los Jardines Victoria, en cuyo mausoleo había de ser enterrado el Marqués de la Quinta Roja al serle denegada la sepultura en cementerio cristiano. Finalmente, el jardín de estilo ecléctico pasó a ser lugar de disfrute de un pueblo que, en Corpus Christie, muestra al mundo su faceta más artística con sus espectaculares alfombras de arena. A los pies del valle se haya el que fuera el primer municipio de interés turístico de la isla, Puerto de la Cruz, que sigue siendo uno de los más visitados, gracias a sus infraestructuras y su cercanía al Loro Parque.
No muy lejos del valle, siempre en el norte de la isla, los viajeros quedan sorprendidos por la abundante vegetación y lo sinuoso de algunos de sus caminos. Ese norte, desconocido para muchos, abarca montañas surcadas de senderos que recorrer a pie o en bicicleta, playas de arena negra volcánica, pequeñas villas de singular belleza, como Garachico, o espacios de gran pureza natural, como el macizo del Teno o los Gigantes –con el singular caserío de Masca enclavado en sus entrañas-, protegidos por su secular aislamiento.
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Cerca de Santa Cruz se encuentra otra de las maravillas que forman parte del Patrimonio de la Humanidad, San Cristóbal de la Laguna. La antigua capital de Tenerife está repleta de edificios heredados de un esplendoroso pasado, incluida una universidad que provee de vida cultural y social a la villa. El parque del macizo de Anaga es el lugar soñado por quienes sienten pasión por la botánica, pues aquí pervive una muestra de los bosques de laurisilva que poblaban la cuenca mediterránea hace 20 millones de años. El sur de Tenerife, muy desarrollado turísticamente, ofrece todo lo necesario para unas vacaciones de sol, playa y relax. En cualquier época del año.
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