La vida de la princesa Carlota de Mónaco (1898-1977), abuela del actual Jefe de Estado monegasco, el príncipe Alberto (1958), ejemplifica de manera clara la fragilidad histórica del Principado de Mónaco, pequeña nación no pocas veces amenazada de ser anexionada por potencias extranjeras, particularmente Francia, que desde 1860 se comprometió a su protección. Precisamente la perspectiva de que Mónaco se convirtiera en territorio francés, una vez que la falta de Heredero estipulaba su desaparición de facto, fue la que llevó al reconocimiento de la princesa Carlota, hija ilegítima de Luis II de Mónaco (1870-1949), y su consecuente proclamación como Heredera. Mujer cosmopolita, de gran cultura, con un marcado sentido de la solidaridad, pero poco apegada a sus dos hijos, la biografía de la princesa Carlota ocupa hoy estas líneas.
Nace la futura princesa Carlota el 30 de septiembre de 1898 en Constantina, ciudad de Argelia en la que su padre, el príncipe Luis, servía como oficial del Tercer Regimiento de Cazadores. Según varias fuentes, el Príncipe, hijo de Alberto I de Mónaco (1848-1922) y de la princesa María (1850-1922), había conocido en París a María Julieta Louvet (1867-1930), una artista divorciada con dos hijos que regentaba un cabaret en la capital del Sena. Todo apunta a que el joven Príncipe quedó prendado de la cabaretera. Cuando se enteró que la Louvet, probablemente a causa de problemas financieros, había emigrado a tierras argelinas, donde se ganaba la vida como lavandera, decidió mover los hilos para ser destinado a la colonia. Sea como fuere la pareja se reencuentra en Argelia y da rienda suelta a su pasión. De este apasionado idilio nace pues la pequeña Carlota Luisa Julieta, quien, en primera instancia, no fue reconocida por su padre como hija legítima.
La futura princesa Carlota pasa su infancia con la única compañía de su madre, una vez que el Príncipe había abandonado territorio argelino en 1899 para ocuparse de su formación como futuro Jefe de Estado en Mónaco. Pese a que la relación con la niña y con la madre de ésta fue prácticamente nula, sí que el Príncipe asistió económicamente a su hija, de modo que tuviera solvencia económica y de que su educación fuera de primer orden. Así discurrirían el tiempo hasta 1911, año en el que, posiblemente obligado por su padre, el príncipe Luis –a través de una ordenanza datada el 15 de noviembre de 1911- decide reconocer su paternidad y convertir a su hija en Señora de Valentinois, un título nobiliario monegasco cuya historia se remonta al siglo noveno.
El futuro de Carlota quedaba, con la oficialización de la paternidad por parte del Heredero del Principado, en buena parte solucionado desde un punto de vista económico y social. Sin embargo, el hecho de que la joven no fuera hija legítima planteaba un grave problema dinástico que con los años comenzó a agravarse, una vez que el príncipe Luis no parecía tener intenciones de contraer matrimonio y procrear un heredero al trono monegasco. La preocupación que dominaba en la Corte por la soltería del Heredero se acentúa por la frágil salud del príncipe Alberto y el miedo a que éste muera sin que su hijo haya dado solución a la cuestión sucesoria. Lo que en el caso de otras Casas Reales hubiera sido una contrariedad pasajera, en Mónaco se presentaba como un auténtico quebradero de cabeza por dos razones. En primer lugar, el tratado que regulaba las relaciones del Principado con Francia dejaba claro que en el caso de que el Jefe del Estado monegasco falleciera sin descendientes legítimos, el pequeño estado pasaría a convertirse en una suerte de provincia gala, bajo la tutela de las autoridades de París. Por otro, existía en Francia el temor de que si el príncipe Luis fallecía sin descendencia, el trono monegasco pasara a manos del Conde de Wurtemberg (1864-1928), hijo de la princesa Florestina de Mónaco (1833-1897) y del alemán Federico de Wurtemberg-Urach (1810-1869). Precisamente, la sangre alemana del Conde era la que había hecho saltar todas las alarmas en la capital francesa. Que un alemán ocupara la jefatura del estado de Mónaco, fronterizo con Francia y de un valor estratégico nada desdeñable, era algo a evitar por todos los medios. Sería pues desde Francia desde donde llegaría la solución al problema sucesorio del Principado de Mónaco.
Dos figuras de la política francesa, el presidente de la república Raymond Poincaré (1860-1934) y el ministro de asuntos exteriores Stéphen Pichon (1857-1933) serán las responsables del plan por el que Carlota pasaría a convertirse en heredera legítima al trono monegasco. A través de una ley promulgada ex profeso, se estipulaba que el Heredero al trono podía adoptar y que el adoptado recibía de forma automática los derechos sucesorios. De este modo, el príncipe Luis, en París y en presencia del Presidente de la República francesa, adoptaba a su hija Carlota el 16 de mayo de 1919, pasando ésta a llevar el apellido Grimaldi y convirtiéndose en sucesora oficial de su padre. Pese a quejas y reclamaciones de la familia del Duque de Wurtemberg –no él, que renunció en 1924 a todas sus aspiraciones de ocupar la jefatura de estado de Mónaco, sino una serie de familiares, concretamente los Marqueses de Chabrillan, que intentarían dos veces, sin éxito, impugnar la ley que había convertido a Carlota en heredera-, quedaba así solucionado el problema dinástico que angustiaba a la corte de Mónaco. La princesa Carlota, de hecho, fue la única descendiente del príncipe Luis, que en 1946 casaría con una actriz francesa, Ghislaine Dommanget (1900-1991), con la que no tendría hijos.
Poco más de un año después, el 19 de marzo de 1920, la princesa Carlota contrae matrimonio con un aristócrata y erudito francés, el conde Pierre de Polignac (1895-1964), que pasa a convertirse tras el enlace en Príncipe de Mónaco y Señor de Valentinois. Se trató de un matrimonio completamente arreglado por el príncipe Luis y que, pese al nacimiento de dos hijos, la princesa Antonieta (1920-2011) y el futuro Príncipe de Mónaco, Rainiero (1923-2005), hizo aguas prácticamente desde su comienzo. Sea como fuere, la pareja se divorcia el 20 de marzo de 1930, recibiendo el Príncipe, quien pasó a convertirse en persona non grata dentro de la corte monegasca, una dotación anual de por vida de medio millón de francos. Moriría en 1964 en París.
Tras el divorcio, la princesa Carlota se instala en Francia, concretamente en el Château de Marchais, donde se entrega a su gran pasión: la cultura y el estudio, logrando incluso concluir una carrera universitaria. Poco aficionada a la política, la Princesa apenas se informa de la actualidad monegasca y pasa la mayoría del tiempo en su residencia de Marchais o acudiendo a un sinfín de reuniones sociales y veladas culturales en su amado París. Tampoco tiene gran contacto con sus hijos, que años después la recordarán, tal y como declaró el príncipe Rainiero, más como a una amiga que como a una madre. Finalmente, la situación se hace insostenible y su padre, el príncipe Luis –que había llegado al trono tras la muerte de su padre en 1922- la convence para que renuncie a todos sus derechos a favor de su hijo, el joven príncipe Rainiero. La Princesa no pone ningún impedimento. La única vez que volverá al Principado será el día que su hijo contraerá matrimonio con la actriz norteamericana Grace Kelly, el 18 de abril de 1956.
Los últimos años de vida, completamente ajena a Mónaco, la Princesa se entrega a la defensa de los derechos humanos de los presos franceses. Tal es su compromiso que su residencia de Marchais termina convirtiéndose en un centro de ayuda para ex convictos. En estos años se enamora de un afamado ladrón de joyas, René Girier (1919-2000), pero nunca se casará con él. Pese a que la sociedad francesa admirara sus obras de caridad y su incansable lucha por la dignidad de los presos, sus hijos, desde Mónaco, están convencidos de que su madre, con la que ya apenas tienen contacto, no conserva plenas sus facultades mentales. Finalmente el 15 de noviembre de 1977, Carlota de Mónaco fallece en París a los 79 años de edad. Sus restos mortales descansan en los jardines de su Château de Charmais.