Rumanía podría convertirse próximamente en el primer país del mundo en abandonar la república como forma de Estado dentro de la normalidad democrática y restaurar la Monarquía por mandato de las urnas. Una hipótesis bastante insólita pero nada disparatada teniendo en cuenta que el candidato con mayores posibilidades de convertirse en el próximo Jefe de Estado, el actual primer ministro Victor Ponta quien ha ganado la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado domingo con el 40 por 100 de los votos, ha prometido reiteradamente en su campaña que convocará un referéndum sobre la forma de gobierno de su país.
El político socialista, que se convirtió a sus 41 años en el primer ministro más joven de la Unión Europea, defiende la celebración de una consulta que podría conllevar su propia destitución como Presidente si triunfa en las urnas el regreso de la monarquía parlamentaria, una opción que cada día cuenta con más adeptos atendiendo a las últimas encuestas publicadas.
A Víctor Ponta le une una gran amistad con el último rey rumano, Miguel I, quien tuvo que dejar la Corona y exiliarse, a punta de pistola, en 1947. Tras la caída del comunismo y la llegada al gobierno del centro-derecha el Rey recuperó la nacionalidad rumana en 1996 y desde entonces fue más habitual su presencia y la de su familia en Bucarest. De hecho, Ponta fue quien en 2011 propició desde la oposición que el anciano Monarca pronunciara su primer discurso en 64 años ante el Parlamento, coincidiendo con su 90º cumpleaños. En aquella ocasión, el rey Miguel estuvo arropado por varios miembros de la realeza europea, entre ellos su prima-hermana la reina Sofía de España. En su discurso, el Rey reivindicó la Corona “como una representación del Estado en su continuidad histórica” y rechazó que fuera sólo “un símbolo del pasado”.
Ese día, el momento más emotivo se produjo cuando el Rey se levantó lentamente de su silla y se acercó con dificultad y ayuda a la tribuna de oradores. Los parlamentarios presentes, las autoridades y los invitados se pusieron en pie y le brindaron una larga y calurosa ovación. Seguro que en ese emocionante momento a Miguel I le vino a la mente el día que tuvo que abandonar su país y abdicar obligado por las autoridades comunistas. Todos sus bienes fueron confiscados. “No me llevé nada, ni siquiera mis objetos personales como los que tenía en mi escritorio. Me marché con dos maletas”, ha asegurado en alguna ocasión.
La vida del Rey de Rumanía, que acaba de cumplir 93 años, nunca fue fácil desde su infancia. Ocupó el trono dos veces, la primera en 1927 con apenas 6 años a la muerte de su abuelo, el rey Fernando I, pues su padre había sido apartado de la sucesión por llevar una escandalosa vida pública de rebeldías y con amante incluida. El Rey niño quedó al cuidado de su madre, la princesa Elena de Grecia (tía carnal de doña Sofía) y de un Consejo de Regencia. Pero tres años después, su padre regresó a Rumanía aprovechando la ineptitud de los regentes, la minoría de edad de su hijo y la complicada situación política, y recuperó el trono en 1930 como Carlos II, designando a Miguel como el Príncipe Heredero.
Once años después, el rey Carlos II tuvo que abdicar la corona arrastrado por el Tercer Reich alemán y Miguel volvió a ser el Rey, aunque de una forma un tanto nominal dado que el poder real pasó a los militares afines a Hitler. Tras la guerra mundial, Rumanía es víctima del imperialismo ruso, cuyos representantes sustituyen a los nazis, y el 30 de diciembre de 1947 el rey Miguel se ve obligado a abdicar. Además de todos sus bienes, también se le retira la ciudadanía rumana y se le expulsa del país. En un primer momento se refugió en Londres hasta que se instaló definitivamente en Suiza en una residencia llamada Villa Fantasía.
Apenas un mes antes del exilio, en noviembre, el rey Miguel había viajado a Londres para asistir a la boda de la hoy reina Isabel. Allí conoció a la princesa Ana de Borbón-Parma, de quien se enamoró y con quien se casó en Atenas en junio de 1948. La entonces princesa Sofía de Grecia, de 9 años de edad, actuó de dama de honor en la boda de su primo. A partir de entonces a la Princesa se la conoce como Ana de Rumanía.
El matrimonio ha tenido cinco hijas de las cuales la primogénita, Margarita, es considerada como Princesa Heredera. La princesa Margarita, de 65 años y casada con el príncipe Radu, no ha tenido descendencia, por lo que la línea sucesoria estaría garantizada en la persona del príncipe Nicolás, de 29 años, hijo mayor de la segunda hija de Miguel I, la princesa Elena. El Príncipe, educado en Inglaterra en Negocios y Márketing, se perfila como el más idóneo para suceder a su abuelo en el trono y desde 2012 vive en Bucarest y se ocupa de gran parte de la agenda de la Casa Real.
Una Casa Real que se prepara día a día para lo que puede ser un hito histórico en la historia de las monarquías. Si el próximo día 16 Victor Ponta se alza con el triunfo en las elecciones presidenciales y cumple su promesa de convocar el referéndum, los rumanos tendrán en su mano la posibilidad de devolver la corona a un Rey que en los últimos años se ha ganado el cariño de más y más ciudadanos. Máxime en un período en el que la credibilidad de los políticos se ha ido devaluando. La campaña electoral para las presidenciales ha coincidido con el 93º cumpleaños de Miguel I y varios candidatos tuvieron hermosas palabras para el anciano Monarca. Klaus Ioannis, de la Coalición Liberal, le reconoció su “hermosa lección de fe y patriotismo de tantas décadas”. Y el primer ministro Víctor Ponta, su máximo defensor, calificó al Rey como “un símbolo del país, un líder que siempre nos ha mostrado lo que es el honor, la dignidad y el amor a la patria”.