Soraya, Franco Indovina, director de cine y gran amor de la Princesa, y la madre de ésta durante una de sus estancias en Roma
Hacía cinco años que había dejado Teherán y había llegado del momento de retomar sus sueños de niña: convertirse en actriz. Franco Indovina, director de cine, estaba allí y ella cayó bajo su hechizo. El amor a primera vista
Había vuelto a la vida. Ya sabía cómo pagar una consumición, comprar un helado de vainilla, atravesar una plaza... Y lo mejor, había encontrado a Franco, el futuro, el amor
Después de morir su segundo gran amor, Franco Indovina, Soraya no quiere quedarse en ningún sitio fijo... "Necesito espacios abiertos, aunque creo que sé dónde echar el ancla. París... Marbella. Soraya, en la imagen, durante una de sus vacaciones en esta ciudad del Sur
París... Después de haber sido la princesa triste y nómada y de haber vivido al son del viento y la libertad, Soraya se instaló en París. París, la ciudad elegida como el destino perfecto para morir
25 OCTUBRE 2001
“Mis lágrimas se habían agotado para dejarme en el fondo de mis ojos un brillo intenso. La vida ya no sería nunca lo que fue. Schams, en los jardines de las Tullerías, mi reverencia la primera vez que le vi… El mar Caspio y mi traje de baño… Nuestro primer beso… La Reina madre y el azúcar esparcido sobre mi cabeza…”.
Aprendiendo a vivir
Después del divorcio quiso llamarse de nuevo Soraya Esfandiary-Bakhtiary pero, por Decreto del Sha, se le concedió el rango de princesa Imperial. Título que le daba derecho a un pasaporte diplomático y a que en las embajadas se la tratase como a un miembro más de la familia. Quiso, entonces purificarse, huir de sí misma. Y empezó a recorrer países. A tocar todos los meridianos del planeta en zigzag. A diez mil metros de altura nada ni nadie podía alcanzarla. Sobrevolar las nubes era la única forma de no estar en este mundo. Deseaba renacer a la vida, pero tenía miedo de todo. Sus ayudantes de campo se habían esfumado…
“¿Cómo pagar una consumición?, ¿qué propina dejar?, ¿cómo atravesar una plaza? ¿cómo evitar a los otros coches?, ¿cómo aparcar el mío? Mi madre me volvió a enseñar a andar, a sonreír?...
“Compré un helado de vainilla”
En Nueva York, por primera vez, compré un helado de vainilla… Hacía como que nada había cambiado, pero no era cierto. No pasaba ni un solo día en que no estuviera obsesionada por el Irán, adonde jamás volvería. Para un cierto tipo de prensa era una inagotable Mesalina, cuando la verdad es que estaba luchando por salir de un doloroso divorcio que me había quitado toda la intención de pensar en el amor… Me sentí aliviada cuando tuve noticia de la boda del Sha con Farah Diba”.
Un flechazo de cine
Cada vez más despiadadamente se le presentaban todo tipo de pretendientes, importantes, menos importantes, licenciados, libertinos, playboys y cazadores de dotes. Soraya busca consuelo a su abandono y a la inmensa pena de saberse estéril, pero no encuentra satisfacción, en nada ni en nadie, hasta que, en 1967, decide volver atrás en el tiempo. Hacía cinco años que había dejado Teherán y había llegado el momento de poner en marcha sus sueños de niña. No entendía nada de cine, pero iba a debutar como actriz en la película, Tres rostros de mujer. Filme, en el que haría un papel estelar.
“Franco Indovina, el director del filme, estaba allí. Delante de mí contándome el sketch que había escrito. Yo no le escuchaba. Estaba bajo su hechizo. El corazón hace cualquier cosa. Noches enteras para rehacer el mundo. El amor a primera vista, el flechazo”.
La princesa de los ojos tristes
Una historia de amor y cinco años de felicidad cocinados a fuego lento. Todos los planes del mundo para vivir lo bueno y lo malo hasta que la muerte los separara… Y un destino por cumplir. Soraya tiene pesadillas. La piscina de su casa explota, la casa se incendia. El teléfono suena. “Franco ha muerto”, le comunica un familiar del director italiano. Y Soraya, convertida de nuevo en la princesa de los ojos tristes, que no quiere seguir viviendo.
“Con el tiempo comprendí que todas las heridas se tienen que ir curando. La vida se esfuma, la vida continúa. Y pasado un tiempo, me sorprendo a mí misma haciendo proyectos… No quiero quedarme en ningún sitio fijo. Necesito espacios abiertos, pero creo que sé dónde echar el ancla. París. Marbella. España es uno de los países que más quiero”.
Vuelve a ella el deseo de la aventura, renace el corazón nómada heredado de su padre. Dos maletas y, de nuevo, los viajes en zigzag. Soraya descubre todos los secretos de las civilizaciones que le han hecho soñar y encuentra lugares recónditos donde vivir al son del viento y la libertad.
¿Cómo se puede estar triste cuando el pasado y el futuro existen?
Nunca volverá a Roma, aunque sus recuerdos traten de atraparla. Tampoco a Persia, aunque eche de menos desesperadamente a su país. Sólo una vez, a Egipto a hacer un viaje por el Nilo y, de paso, rendir un último homenaje al Sha. Al Rey de Reyes, que al igual que su padre, murió en el exilio. Una sencilla tumba de mármol grisáceo y un nombre grabado sobre la piedra: Mohamed Reza, Sha de Irán. Una oración y vuelta al zigzag.
“Los dos erais diferentes y os he amado a los dos. ¿Cómo se puede estar triste si se lleva en el corazón un golpe de gacelas… y una margarita? ¿Cómo se puede estar triste cuando el pasado y el futuro existen?