Cuando sentimos una molestia en el estómago a veces resulta difícil diferenciar cuál es la auténtica razón. Ante cualquier problema es recomendable acudir al médico, pues él puede realizarte las pruebas necesarias para saber si debes limitar la ingesta de ciertos alimentos, o si tu problema digestivo es fruto de un problema anatómico o psicosomático.
Reflujo
Aunque muchas veces llamamos a este problema de forma coloquial ardores o acidez, su nombre correcto es reflujo gástrico, y según la publicación médica Gastroenterology, especializada en el aparato digestivo, lo sufren al menos el 20% de los norteamericanos. Y aunque no existen datos estadísticos de cómo afecta a la población española, lo cierto es que parece un problema que se repite de forma continua pasados los 30 años.
Popularmente, se tiende a pensar que el reflujo es fruto de una gastritis. Sin embargo, lo que ocurre en el aparato digestivo cuando se experimenta esta molestia es que el esfínter esofágico interior funciona de forma incorrecta y no logra retener los ácidos y el contenido de nuestra deglución, que están en el estómago, y los deja regresar en sentido contrario al avance que deberían seguir en nuestro aparato digestivo.
Se produce una sensación muy desagradable cuando las regurgitaciones ácidas recorren de regreso el aparato digestivo, subiendo por el abdomen superior. Los síntomas más comunes son la sensación de calor en el estómago (que por eso se les denomina coloquialmente “ardores”) y la sensación ácida, además de dolores de garganta como reflejo de esta malfunción gástrica. También puede haber toses, pues el organismo trata de responder a esta molestia como si tuviéramos una sustancia no autorizada en el esófago.
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Desde un punto de vista médico, hay varias pruebas que pueden realizarse para determinar cuál es la naturaleza de tus reflujos: una endoscopia o un control del pH pueden determinar si estos problemas de “acidez” son fisiológicos o puntuales. Aunque generalmente sus síntomas suelen minimizarse mucho cuando atendemos a una dieta sin café, bebidas gaseosas y alimentos con alta acidez.
El momento del día en el que más reflujo se sufra es la noche, especialmente por la posición horizontal que adquirimos al dormir, que pone aún más difícil a tu organismo retener los ácidos de la digestión en el estómago y los hace avanzar por el esófago. Por eso, es recomendable mantener la costumbre de cenar de forma ligera y con suficiente tiempo de separación entre la cena y la hora de acostarnos
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Indigestión
Existen dos motivos para acabar padeciendo una indigestión, y ambos son de índole contraria. Por un lado, si comemos mucho o son alimentos poco saludables, con muchos fritos, ultra-procesados o alimentos en mal estado, estaremos comprando todas las papeletas para experimentar un capítulo de indigestión. Por otro lado, existen también situaciones de estrés y ansiedad que pueden conducirnos a una indigestión. Aunque pueda parecer sorprendente que nuestro estado anímico pueda interferir en el sistema digestivo, lo cierto es no estamos errados cuando decimos que el estómago funciona como nuestro segundo cerebro, pues las conexiones entre ambos órganos son muy poderosas. Estar bien alimentados produce que pensemos mejor, y tener un problema emocional puede hacer que nuestra digestión se trunque.
La forma en la que el cerebro interfiere en el estómago es en la orden de realizar más o menos secreciones intestinales. Los estados de miedo y ansiedad nos hacen producir más bilis, que es la encargada de digerir grasas y que resulta muy laxante, pero si en ese preciso momento no estamos realizando la digestión o no hay suficiente alimento en nuestro estómago, la orden de segregar bilis resulta errónea y acaba desencadenando una diarrea o una indigestión.
Los síntomas son claros, cuando sufrimos de una indigestión sentimos un dolor de tripa muy fuerte, y todos los sistemas ordinarios del sistema digestivo empiezan a fallar: sufrimos reflujos, flatulencias, eructos, diarrea o vómitos.
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