Un héroe de la escena
Estudiaba medicina. Un día perdió el tranvía que iba a la universidad. Un tranvía que se llamaba el mil uno y para matar el tiempo fue a dar una vuelta. Se encontró con un cartel que decía: Apúntate al TEU. No sabía casi ni lo que era pero se apuntó y, pasados unos meses, le llamaron para los ensayos.
En su familia no había antecedentes artísticos ni relación con los ambientes teatrales, pero Jesús cayó subyugado ante el poder de los escenarios y tiró por la borda sus cuatro años de medicina. La escena lo pudo todo -incluso con su segunda vocación, los toros- y el señor Puente se dispuso a ser uno de los mejores. Recorrió pueblos, protagonizó obras de Calderón y de Lope, entremeses de Cervantes, comedias y dramas y sobrevivió, como un héroe, en una profesión liberal y caprichosa.
Pasaron los años -medio siglo sobre las tablas- y como el mundo teatral está lleno de Tenorios y Segismundos, Puente debutó, en los noventa, en televisión y se hizo con el corazón de todos los españoles.
Una existencia hecha a medida
La vida fue generosa -aunque podría haberle regalado unos años más- y él pudo hacer y deshacer a su antojo. Pudo ser bohemio y libre. Pudo presumir de no haber usado pasaporte, ni carnet de conducir; de haber practicado la indolencia con la burocracia y el papeleo; de no atender a formalidades y de no aceptar cumplidos; ('No hay que perder los papeles. Yo sólo me vanaglorio de mi calvicie'-decía); de haber sido lo que quiso ser, de haber ejercido como humilde, de haber vivido entre árboles rodeado de animales y de arte, de haber contemplado a su hija Chesu como quien contempla la mejor obra que uno puede hacer en la vida.