Y es que, en este caso, bien podría decirse que de "casta le viene al galgo", porque la tradición aventurera y exploradora de los Picard se remonta al abuelo, Auguste Picard, un físico belga que en 1931 llegó a la estratosfera en globo gracias a una cabina presurizada inventada por él mismo y que, posteriormente, sería la base de las futuras cabinas que se emplearán en la navegación aérea.
A Jacques Picard se debe una de las conquistas más admirables de la historia: en 1960, junto a Don Walsh, emprendió un alucinante viaje (a bordo del baticafo Trieste) al fondo del mar; pero esta vez con un objetivo muy claro: alcanzar la máxima profundidad nunca antes lograda por el ser humano. Y qué mejor lugar en el mundo que la fosa de las Marianas, el abismo más profundo de la Tierra, para sumergirse a 10.912 metros bajo las aguas del mar. Fueron cinco horas de viaje hasta tocar fondo y allí, bajo una presión mil veces superior a la de la superficie de la Tierra, fueron testigos de la existencia de animales que son capaces de sobrevivir en tan adversas condiciones ambientales.
Pero su hijo, psiquiatra de profesión y aventurero de corazón, no quiso quedarse atrás, y en 1999 consiguió dar la vuelta al mundo en globo sin realizar ninguna escala. Bertrand partió del aeropuerto suizo de Chateau d´Oex a bordo del aerostato Breitling Orbiter 3 y, tras 21 días de travesía, aterrizaba en compañía de su copiloto, el británico Brian Jones, en el desierto egipcio. En total recorrieron 46.759 kilómetros para ser los primeros hombres que conseguían circunvalar el planeta Tierra. Con esta conquista consiguieron inscribir con letras de oro sus nombres en la historia de la aviación.