En una tarde lluviosa, Xavier Corberó, el famosísimo escultor catalán, nos había citado en su precioso loft del Soho neoyorkino, en uno de los exclusivos estudios de The Singer Building, un histórico edificio de 1903 y antigua fábrica de las conocidas máquinas de coser, hoy en día reconvertido en un imponente edificio de acero y ladrillo, arquitectónicamente único.
Descendiente de artistas catalanes, Corberó no dio demasiadas vueltas antes de aterrizar en Nueva York, y lo hizo tal y como él mismo ha reconocido en numerosas ocasiones “de la mano de los más grandes”. A caballo entre Estados Unidos y España, en Esplugues de Llobregat tiene su centro de operaciones, su taller y su “alma”. Allí es donde se encuentra también el Centro de Actividades e Investigaciones Artísticas de Cataluña, fundado por él. “La mía ha sido una de esas vidas milagro”, relata Xavier Corberó cuando le preguntamos por sus orígenes, “he tenido mucha suerte”, asegura.
Amigo íntimo de Dalí, con quien le gustaba cenar en el restaurante Laurent, un coqueto restaurante de Nueva York que aún existe, “siempre acabábamos cenando 25 personas, Dalí era así, hablaba con todo el mundo e invitaba a todo el mundo, aunque luego nosotros nunca pagábamos”, comenta entre risas.
Corberó disfrutaba yendo a las corridas de toros con el artista y su mujer, Gala, de quien comenta que era la verdadera cabeza pensante de la pareja. “Gala era muy inteligente, sabía cómo hacer que Dalí hiciera de Dalí, que era lo que vendía”, confiesa derrumbando un falso mito sobre la extravagante personalidad del pintor catalán. Corberó llegó a Nueva York hace más de 50 años y aunque nunca ha dejado España, en Nueva York descansa y se siente libre, “el mercado de España es Europa, pero el de Nueva York es el mundo”.
Ante la pregunta sobre la mayor de sus anécdotas, el artista no lo duda ni un minuto y nos sorprende confesando que su mayor anécdota “es vivir en Nueva York, o mejor, sobrevivir”, y prosigue, “cuando llegué a esta ciudad, tuve que pelearme por lo que llamaban la cartilla de artista, la otorgaba el ayuntamiento y éramos como 355.000 artistas para menos de 40 galerías”.
Firme creyente de que lo causal no existe, “en la vida todo es casual”, Corberó fue labrándose un nombre propio con la misma agilidad que da forma a sus esculturas. “A mí no me gusta modelar, me gusta tallar, ante una piedra uno debe ser muy humilde”. Amante del basalto, el mármol de Almería o el Onix de Irán, Corberó aclara que “la escultura es mejor cuanto más desaparece el escultor, al contrario que la pintura”. A sus 75 años, Xavier Corberó puede presumir de muchas cosas, pero no lo hace, él relata su vida como si sus “juergas” con Camilo José Cela, los secretos de Picasso, las confidencias con Dalí, sus conversaciones telefónicas desde Nueva York con Joan Manuel Serrat o sus cenas junto a Sir Norman Foster sean lo más normal en la vida de una persona.
Desde luego en la suya lo son. Reconocimiento tras reconocimiento, durante los años 80’, ocurrió lo que todo artista desearía que sucediera en su carrera, cuando el Metropolitan de Nueva York adquirió dos de sus esculturas. Corberó le quita hierro al asunto, “yo quiero a todas mis esculturas por igual, tanto a las que están en el Metropolitan como a las que están aquí . Por ejemplo esa –señalando a una preciosa escultura de mármol pulido- de la que Antonio Gades siempre decía que se parecía a la espalda de ‘la Pepa’ (Pepa Flores, Marisol)”.
Enamorado de España, “un país con mucho duende”, Corberó insiste en la educación del arte. “La moda actual es la compra de dinero, no de arte”. Lleva años remarcando la importancia de que la gente sepa qué compra y no se deje guiar por cuanto más caro es mejor. Y su empeño parece que empieza a dar sus frutos. “El arte es como un beso a una persona querida, tiene que hacerte sentir bien desde el primer momento”, sentencia. Desde luego lo suyo, sí que es arte.