La vida soñada en la finca de cultivo, La Pizana, lejos de los oropeles y del esplendor que siempre distinguió a los Alba, no ha tenido un final feliz. La duquesa de Montoro ha puesto punto y final a su matrimonio después de un año en el que la felicidad matrimonial fue dejando paso a la a los silencios, la soledad y la desilusión.
La duquesa y su hija Cayetana, en Sevilla
Francisco Rivera, que ayer, primer domingo de marzo, reestrenaba temporada, no está bien anímicamente y ha perdido mucho peso. Tampoco su hasta ahora esposa, Eugenia Martínez de Irujo, que, en estos momentos, permanece junto a su hija, Cayetana, en la finca que la duquesa de Alba les regaló meses antes de contraer matrimonio en la provincia de Sevilla.
No ha habido terceras personas
No ha faltado el respeto en su relación personal, no ha habido, contrariamente a lo que se ha dicho, terceras personas que fomentaran la separación, pero sí la conjunción fatal de una serie de factores que han determinado tal desenlace: soledad, presiones externas, ausencia de amparo familiar, distancia impuesta por una profesión tan incomprensible como la de matador.
Resguardada en su vida de soltera
Aislada en La Pizana, aunque a tan solo 30 kilómetros de Sevilla, mientras su marido viajaba por España y América ejerciendo su maestría en las plazas, la duquesa de Montoro se fue cobijando más y más en su antigua vida de soltera y en un sentimiento de infelicidad que el paso del tiempo se encargó de agrandar.
La finca en silencio
La casa de los silencios y de los rincones; de chimeneas; soberbias columnas; ventanales al campo y de luz cegadora resbalando sobre los muebles de sus antepasados amanece, ahora, con el canto de los pájaros y el ladrido de los perros... Como siempre, desde que Eugenia niña iba con su madre a disfrutar de la naturaleza y de su alazán preferido. La diferencia, no obstante, es grandiosa ahora. Francisco Rivera ya no vive en la casa. La abandonó hace días, sin testigos a la vista, con dos maletas en la mano.
Confesiones a Hola.com
La decisión ha sido tomada y no hay vuelta atrás. El matrimonio ha luchado durante meses para seguir adelante con su vida, para mantener las ilusiones con las que iniciaron su matrimonio, una historia de amor que no pudo ser; sin olvidar, por supuesto, la razón más importante de todas: la pequeña Cayetana, de tan solo dos años, cuya existencia tampoco ha podido remediar que sus padres hayan decidido seguir caminos diferentes.